Dolor crónico: construyendo un puente entre la investigación y la práctica clínica
Buenos Aires, octubre de 2022 – Hace años que “Susana” vive con dolor. El tratamiento quimioterápico que recibió hace un tiempo logró controlar el tumor, pero le dejó un dolor persistente que la acompaña día y noche. Siente hormigueos, pinchazos, ardor y dolor punzante, principalmente en sus manos y pies. Algo tan simple como sacar algún objeto de la heladera se ha convertido en una pesadilla, el contacto con el frío le genera una sensación horrible, como una descarga eléctrica. Ni hablar de tomar un helado o una bebida fría, el dolor en la boca resulta insoportable. Susana ya probó de todo, pero los remedios que toma no logran disminuir el dolor y algunos le generan malestar o le dan mucho sueño. Pasa el día encerrada y no quiere ver a nadie.
La historia de Susana muestra el impacto negativo que el dolor persistente ejerce en la vida de miles de personas en el mundo y refleja el desafío que supone ofrecer una solución definitiva al problema del dolor crónico. A diferencia del dolor agudo que ejerce una función protectora (avisa al sujeto sobre la existencia de un daño tisular y lo obliga a tomar acciones tendientes a remediarlo), el dolor crónico es de carácter patológico y profundamente inhabilitante. Se caracteriza por la presencia de dolor espontáneo -descripto como quemante, lacerante o similar a una descarga eléctrica-, así como por la presencia de dolor exagerado ante diferentes estímulos. Incluso el contacto con la ropa o una brisa suave pueden generar dolor en estos pacientes.
Siendo por definición una compleja experiencia sensorial y emocional desagradable, el dolor se presenta frecuentemente asociado a un abanico de emociones negativas. Los pacientes con dolor crónico sufren un deterioro progresivo de su estado general de salud y calidad de vida, con afectación del sueño y la alimentación, alteraciones de la memoria y desarrollo de ansiedad, ira, miedo, frustración y depresión.
¿Cómo llevar alivio al paciente que sufre? O dicho de otro modo, ¿cómo lograr que la investigación en dolor se traduzca en mejoras concretas en la práctica clínica? Al igual que ocurre con otras patologías y, a pesar del crecimiento exponencial de la investigación científica en los últimos años a nivel mundial, cientos de miles de personas aún viven con dolor mal controlado.
Lamentablemente, no se ha logrado forjar todavía una eficiente articulación entre la gran cantidad de información que se genera en los laboratorios y la identificación de estrategias efectivas y seguras para el tratamiento del dolor persistente.
En este contexto, la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor ha declarado el año 2022 como el “Año Global para la Traslación del Conocimiento del Dolor a la Práctica Clínica”, con el objeto de atraer la atención de la población científica y médica sobre esta situación preocupante. De esta forma, busca generar espacios de discusión proactiva tanto para identificar desafíos y oportunidades de mejora en la investigación pre-clínica y clínica, así como para acortar la distancia y acelerar la transición entre la generación de conocimientos y su aplicación.
La creación de una interface entre la ciencia y la clínica solo podrá conseguirse con la adopción de un abordaje multidisciplinario y de un modelo de trabajo inter-organizacional. Para ello, representantes de las comunidades científica, académica, industrial y gubernamental deben trabajar juntos y desarrollar un plan de acción, monitorear su progreso y garantizar la estrategia más productiva y relevante para lograr el éxito traslacional.
Esta nueva forma de plantear la ciencia y su traslación al ámbito asistencial será clave para que un día se pueda liberar de las garras del dolor a tantas personas que, como Susana, ven coartada su vida a causa del dolor.
Por Dr. Marcelo Villar, Dr. Pablo Brumovsky
y Dra. Florencia Coronel
Grupo Dolor del Instituto de Investigaciones en Medicina Traslacional, CONICET-Universidad Austral.