En el conservatorio de música de nuestra ciudad, la clase de Teoría de la Música empieza con la profesora diciendo: “hola a todes”. Una forma de incluir, a través del discurso, que entra en contradicción con el hecho de que las sedes del conservatorio de Música de Bahía Blanca, no cuentan con ascensor, incumpliendo la ley de accesibilidad edilicia y muchas de las clases se dictan en pisos superiores.
Cuando tuve que subir los tres pisos, para tomar la clase de teoría de la música, en la sede Lamadrid, me di cuenta que la escalera era un factor que me afectaba por mis dos hernias de disco. Ahí supe que no era la única. He escuchado relatos de compañeras que le dolían las rodillas, o con una condición que le provoca falta de aire y alguien también comentó que al conservatorio van muchas personas mayores, a quienes les resulta complicado subir las escaleras.
Fue muy tedioso tener que manifestar mi problema por mail y no recibir respuesta. Al punto que cuando llegó el momento de la siguiente clase, me vi obligada a insistir en que no puedo subir las escaleras. La profesora de la materia, la misma del principio de esta nota, fue quien solidariamente se ocupó de buscar un lugar en planta baja.
Unos días después me contactan telefónicamente del equipo directivo para pedirme un certificado por todas las molestias ocasionadas. Claro, me dicen, tuvimos que movilizar a treinta personas entre los que se encontraban menores sin autorización, a otra sede. Todo porque yo no podía subir escaleras. Era la única responsable. Que el conservatorio no cumpla con las leyes obligatorias de accesibilidad no tenía nada que ver. Y si hubieran sabido de mis otras compañeras y sus condiciones, también las habrían señalado. El foco puesto en las personas con alguna limitación.
Trabajé años en la inclusión de estudiantes con discapacidad, pero fue esta experiencia la que me permitió entender en profundidad cómo queda expuesto este grupo colectivo, ante las miradas de los demás, por las barreras que impone la sociedad.
Sin embargo lo mío no es nada, ocupa un tiempo de mi vida en el que a través de un tratamiento voy recuperando movilidad. En cambio hay quienes cargan desde la infancia el peso de su condición. Un peso que no debería ser tal o que al menos tendría que estar distribuido, entre “todes”. Compartido solidariamente.
Porque la discapacidad no es una condición individual. Sin negar la incapacidad de caminar, que por ejemplo podría tener una persona en sillas de ruedas, es la sociedad en su conjunto quien la discapacita cuando no le ofrece las mínimas condiciones de accesibilidad para que pueda desenvolverse en igualdad de condiciones (veredas parejas, bajadas en las esquinas, rampas en los colectivos).
Y entre las personas con discapacidad en Bahía Blanca hay un nombre: Dylan. Y una madre que lo acompaña: Marcela. Ella viene batallando por las herramientas necesarias para brindarle a su hijo al menos una mínima calidad de vida, que compense al destino que lo señaló con una parálisis cerebral. Pero ¿cuál es la preocupación de esta madre, que la pelea sola, como tantas otras? Que su hijo tenga la suficiente independencia para valerse por sí mismo cuando ella no esté. Es la misma preocupación que nos deja en vela a todas las madres y padres, aunque nuestros hijos no tengan condiciones discapacitantes. Pero en este caso es una preocupación justificada. Y no por la discapacidad de su hijo, sino por un Estado que no lo incluye.
Esa independencia para Dylan, que tiene 21 años, depende de una silla de ruedas eléctrica que como no puede mover los brazos y piernas, necesita un dispositivo en el apoya pie que le permita manejarla. Una silla de ruedas que además se consiguió después de una ardua tarea de la mamá. No fue provista por los medios del estado “inclusivo”. Y que como vive en una zona de calles de tierra, se terminó rompiendo y no una vez, sino tres, y en la última su reparación no fue sencilla. Se requería comprar un repuesto. Para ello Marcela lanzó varias campañas de ventas de rifas.
Durante décadas hicimos esfuerzos multitudinarios para ganar en derechos, crear leyes, adherir a la Convención de los Derechos de las personas con discapacidad, cambiar el lenguaje. No lo hicimos para seguir vendiendo rifas, rogar ayuda, mendigar, quedar expuesta y soportar comentarios incriminatorios por una condición que no es nuestra culpa, sino para que esos derechos se hagan efectivos.
Aún no puedo subir grandes escaleras. El conservatorio quedará para quienes puedan hacerlo. Mas importante es que Dylan tenga su silla reparada. A pesar de la generosidad bahiense, todavía queda saldar restos de la deuda por los arreglos, cambiar las baterías y las ruedas, todo un dineral que no tienen.
¿Cómo harán? Marcela, mientras sigue empujando la silla de ruedas, todos los días para que Dylan termine la secundaria, dice: “Dios y la comunidad me ayudarán”. Y yo agrego: “porque el estado no lo hará” ¿O tal vez si?. Está por verse.
Señora Mara Recondo especialista en discapacidad y accesibilidad: el Intendente Susbielles explicó cuando la nombró como Directora General de Discapacidad y accesibilidad de la Municipalidad de Bahía Blanca, que para él era muy importante “eliminar las barreras, no solo por una cuestión de justicia sino para construir una mejor comunidad” y que para ello usted “tendría capacidad de acción y tutela transversal en todas las decisiones de gestión municipal” (LNP 3/12/2023). Aquí tiene una oportunidad. Atienda este caso. Usted sabe de qué se trata.
Prof. Patricia González Garza
Diplomada Superior en pedagogía de las diferencias