Carta de lectores del Dr. Mario Bruzzone:
A mis hermanos de la Iglesia Católica, pero en forma muy especial, a todos aquellos que en forma absolutamente voluntaria, asumieron la responsabilidad del cuidado del Pueblo de Dios, tanto sea en mi querida Argentina, como también en cualquier otro lugar de nuestro convulsionado y castigado planeta.
Ante todo debo decirles, que al redactar estas líneas finales, mi alma se encuentra colmada de dos sentimientos. Por un lado ira, bronca, y por el otro un profundo dolor.
Bronca, mucha bronca, porque me resulta imposible “digerir”, el silencio guardado por tantos “importantes responsables” del pueblo de Dios, a los que les envié mis libros y mensajes.
Y también dolor —inmenso dolor— por la misma razón, ya que el desencanto que llena mi alma es realmente demasiado grande, pues me parece mentira que exista entre ellos
TAN POCA FE, y también tanta indiferencia, ya que continúan transitando por la vida sin hacer prácticamente nada para mejorar la mala situación por la que atraviesa el sufrido pueblo de Dios, pese a que para advertir eso último basta con mirar a nuestro alrededor, y también con observar por algunos minutos la televisión, con las crudas imágenes que se proyectan y muestran a tantos seres humanos que en nuestro país, y en todo el mundo, viven en condiciones deplorables. Pero no es sólo con respecto a ese enorme segmento empobrecido de la humanidad donde es fácil ver esa actitud de apatía, sino que también es posible observarla con relación a un número de personas mucho más grande aún, los que pese a tener un estándar de vida económicamente mejor, igual transitan por la vida con una superficialidad y desorientación que es llamativa y desoladora, por lo que parece que hoy, tal vez más que nunca, resuenan en forma atronadora aquellas palabras del Evangelio que dicen que andan como ovejas sin pastor.
Pero antes de exponer lo fundamental de este último mensaje, les diré que obviamente no puedo saber, y ni siquiera tratar de imaginar, qué cantidad de mensajes reciben, pero tengo mis muy serias dudas con respecto a cuántas de esas comunicaciones puedan poseer un contenido parecido a lo que yo les he transmitido.
Por tal motivo sólo les queda optar por una de estas posibilidades: a) o bien pensar que yo soy un “loquito” cualquiera (y para asegurarse de eso —o descartarlo— deberán ponderar bien los argumentos que he vertido en mis mensajes y libros) y b) de no ser así, resultará evidente que todo esto sucede por otra razón, y que en ese caso tiene gran importancia. Y por si puede resultarles de utilidad, para que mediten al respecto, les aseguro que yo no siento —y jamás he sentido— placer alguno en hacer lo que hago, y no sólo eso, sino que por hacerlo he dejado de lado muchas cosas a lo largo de mi vida, en especial el obtener más dinero ejerciendo mi profesión, tal vez afectos, y alguna otra cosa que no viene al caso mencionar ahora, y que además nunca he podido sentirme tranquilo en la vida, todo lo contrario, pero aún así lo hice, y continúo haciéndolo, ya que siempre he sentido la imperiosa necesidad de transmitir las ideas que “surgen” en mi mente, e insistir reiteradamente en las mismas, aún cuando desconozco por completo el motivo por el cual me ocurrió eso.
Y por todo eso, cumpliendo con lo que considero un verdadero e ineludible deber de conciencia, me veo en la obligación de hacerles llegar este que será —ante vuestro lamentable silencio— mi último mensaje, y les diré que no tuve que esforzarme mucho para elegir las palabras más adecuadas para hacerlo, ya que me limitaré a utilizar unas que, de forma muy elocuente, sirven para explicar la situación por la que atraviesa mi alma y un enorme segmento de la humanidad, y que fueron dichas, y escritas, hace ya miles de años.
Pues así dice el Señor, Dios de Israel, a los pastores que pastorean a mi pueblo: Ustedes dispersaron mis ovejas, las expulsaron, no hicieron cuenta de ellas; pues yo les tomaré cuentas de sus malas acciones -oráculo del Señor- (Jer. 23,2)
Primero, echaron a los hombres, luego expulsaron a los jóvenes, y ahora están ahuyentando a las mujeres.
¿Cómo es posible que no se comprenda —de una buena vez por todas— que de muy poco sirve el pretender realizar “grandes rezos”, aún cuando al hacérselos se utilicen ornamentos especiales, se sacudan incensarios, se imposte la voz, se entonen bonitos cantos y otras cosas por el estilo.
¿Se piensa, acaso, que por hacérselos se tiene fe?
Y no vayan a pensar —y mucho menos decir— que yo propongo dejar de rezar. Nada de eso. Nada más alejado de mi pensamiento. Creo que hay que incrementar nuestras oraciones, incluso, si lo desean, o lo consideran necesario, con todos los ornamentos e incensarios que quieran.
Pero no tengo duda alguna de que se las debe hacer, no como si fuese lo único y ni siquiera lo más importante, sino como el resultado de una verdadera vida y acción cristiana. Es decir, que deben ser algo así como “la frutilla o la cereza del postre”, como algo que debe “coronar” el fondant, o el recubrimiento de una torta, pero es evidente que lo fundamental es que exista una torta, y en la actualidad, en esa pretendida “torta”, cuando se le “introduce” el cuchillo para cortarla prácticamente no se encuentra nada. Mejor dicho, y para que nadie afirme que exagero, diré que se encuentra muy poco, sólo escasas migajas.
¿Acaso existe alguien que pueda pensar, que es suficiente con afirmar que se desea «una Iglesia pobre, para los pobres», aún cuando esas palabras arranquen muchos aplausos? ¿Puede alguien asumir que eso sirva para algo, si no se realiza ninguna acción concreta para lograrlo?
Si Jesús dijo que para seguirlo hay que vender todo, y darlo a los pobres, y si también afirmó que como recibieron gratuitamente hay que dar gratuitamente, ¿cómo es posible obtener bienes como resultado de ese seguimiento?
Es verdad —no es necesario que me lo recuerden— que Jesús dijo además, que quienes dejasen sus bienes para seguirlo recibirían muchos más. Sin duda es así. Pero también es cierto que jamás afirmó, que esos nuevos bienes recibidos serían para ser utilizados en exclusividad por sus seguidores más “directos”.
Por eso, si hubiese alguien que pretenda acallar su conciencia— o quedar bien— diciendo que no posee elemento alguno a título personal, pero que a lo largo de su vida disfruta de muchos bienes —y lo reitero, ya que es lo más grave al respecto, utiliza los mismos en exclusividad, o compartiéndolos sólo con un reducido grupo– no les parece que cabe perfectamente el cuestionamiento: ¿Quién dijo que la riqueza comunitaria es más justificable que la riqueza personal?
Pues así dice el Señor, Dios de Israel, a los pastores que pastorean a mi pueblo: Ustedes dispersaron mis ovejas, las expulsaron, no hicieron cuenta de ellas; pues yo les tomaré cuentas de sus malas acciones -oráculo del Señor- (Jer. 23,2)
Primero, echaron a los hombres, luego expulsaron a los jóvenes, y ahora están ahuyentando a las mujeres.
Pues así dice el Señor, Dios de Israel, a los pastores que pastorean a mi pueblo: Ustedes dispersaron mis ovejas, las expulsaron, no hicieron cuenta de ellas; pues yo les tomaré cuentas de sus malas acciones -oráculo del Señor- (Jer. 23,2)
Y para que nadie se engañe, o, lo que sería peor aún, que conscientemente falte a la verdad, diciendo que en realidad no son tantos los bienes que se posee, bastará con que mencione sólo unos “pocos” para desvirtuar semejante afirmación, cosa que puedo hacer con tranquilidad, ya que son los que conozco personalmente, por la sencilla razón de que están donde yo vivo, en el Distrito de Tornquist, de la Provincia de Buenos Aires.
A la vuelta de mi casa hay un gran terreno cuyo valor es tal, que con su venta alcanzaría para comprar “unas cuantas” hectáreas de campo, lugar donde podrían vivir —en comunidad de vivencias y bienes— muchas familias. Y algo similar es posible decir del que rodea la capilla de Villa La Arcadia, y exactamente lo mismo se puede afirmar de otro extenso inmueble, que está en esa misma Villa, a la vera del río Sauce Grande, y de los que existen en Villa Ventana y en Saldungaray, o de las fracciones de campo que hay, tanto sea en la zona rural que rodea a mi pueblo como cerca de la ciudad de Tornquist, y tal vez otros que posiblemente existan y que escapan a mi conocimiento, o de los que se encuentran en todo el territorio de nuestra patria. Y ni hablar de los que se posee a lo largo y ancho de todo el mundo.
Y por supuesto, que nadie intente desvirtuar esa breve enumeración, diciendo algo así como, «lo que sucede es que “ese” bien corresponde a tal o cual obispado, y “aquel otro” a tal o cual congregación», ya que, sea de a quienes puedan corresponderles desde el punto de vista “jurídico”, es obvio que todos los bienes se encuentra dentro del mismo “patrimonio”, al menos ante los ojos de la humanidad, y estoy seguro que también de los de Dios.
Pues así dice el Señor, Dios de Israel, a los pastores que pastorean a mi pueblo: Ustedes dispersaron mis ovejas, las expulsaron, no hicieron cuenta de ellas; pues yo les tomaré cuentas de sus malas acciones -oráculo del Señor- (Jer. 23,2)
Primero, echaron a los hombres, luego expulsaron a los jóvenes, y ahora están ahuyentando a las mujeres.
Y si se piensa —o lo que es peor aún, se dice— que el problema no es ese sino que falta fe, y que no se hacen todas las oraciones necesarias, y que no es posible efectuar ningún cambio ya que Jesús anunció que planteaba sus dudas con respecto a si encontraría fe en su regreso, yo me pregunto, y les pregunto, ¿si lo que se hace actualmente está bien, si eso es lo que Dios desea, cómo es posible que los resultados que se obtienen son tan escasos? ¿Acaso no fue Jesús quien dijo también por sus frutos los conoceréis?
Y me parece evidente que los que está obteniendo el catolicismo, están muy alejados de lo que podríamos calificar como “buenos”.
Por eso insisto nuevamente.
Si sabemos perfectamente que Jesús transitó su vida terrenal, compartiendo vivencias y bienes con sus discípulos. Si reconocemos que aquellos que vivieron más tiempo con Él, y que por ende tuvieron mejores oportunidades que el resto de sus contemporáneos para conocer, y lo que es más importante aún, comprender con más profundidad su pensamiento —su madre y sus “hermanos”— luego de la resurrección del Señor igualmente practicaron con todos los discípulos ese mismo estilo de vida. Y si tenemos referencias de que, como mínimo, es probable que la mayor parte de los primeros cristianos, al menos durante los 2/3 primeros siglos de nuestra era, vivieron de la misma forma. Si todos ellos vivieron así, y si desde siempre se viene asegurado que el cristiano debe imitar a Jesús, ¿cómo es posible que no se detengan a reflexionar, en cómo instrumentar ese nuevo estilo vida que practicaba Jesús, mediante el cual, cualquiera que lo desee —insisto, CUALQUIERA, sin que deba efectuar votos de ninguna naturaleza— pueda optar por vivir así, siendo suficiente con que acepte someterse a las reglas de trabajo y convivencia que allí se establezcan?
Y tratando de llevar algo más a la mente para meditar al respecto, diré que conviene recordar, que cuando el Ángel de Dios libera a los apóstoles de la cárcel les dice que vayan al templo y enseñen a todo el pueblo —no cuestiones de doctrina, y mucho menos acerca de cumplir rituales, u otras cosas por el estilo— sino simplemente sobre esa nueva vida (Hech. 5,20), y es obvio además, que pretender “espiritualizar” demasiado esa idea es realmente pueril, o lo que sería peor aún, mal intencionado, ya que no puede ser considerado algo simplemente espiritual, etéreo, místico, sobrenatural, o como deseen llamarlo, dado que es evidente que los romanos no ejecutaban a nadie por cuestiones de ese tipo, sino que lo hacían cuando se alteraba de cualquier forma el orden que ellos establecían, o temían que se llegase a producir alguna perturbación.
Por supuesto descarto también, que alguien pueda pensar —o lo que sería peor aún, decir— que si tengo ese pensamiento debo ser yo quien intente encontrar un grupo de personas dispuestos a vivir de esa forma, es decir, organizar personalmente un emprendimiento de ese tipo para que, si llegase a concretarlo, y floreciera, de esa forma demostraría que es el verdadero deseo de Dios.
Y lo descarto, no sólo por cuanto ya he mencionado algunas cosas al respecto en dos de los libros que les envié (en la introducción del titulado “Por qué mataron a Jesús”, y en el artículo “Análisis del Silencio”, del libro “Iglesia sin Estado Vaticano”) sino también, por cuanto no puedo creer que se desconozca el clarísimo pasaje del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que menciona que todos ponían sus bienes a disposición de los apóstoles, y que luego se distribuía (no los distribuían ellos, sino que la hacía la Ecclesía, la Asamblea, la Comunidad) para que nadie pasase necesidades (Hech. 4,32.37), motivo por el cual, el afirmar eso sería directamente una verdadera canallada.
Muchas veces me he interrogado a mí mismo —y le he preguntado al Señor— cuál puede ser el motivo que los lleve a mantener esa postura negativa, rechazando de plano el analizar la forma en que resulte posible implementar concretamente, ese nuevo estilo de vida que vino a mostrar Jesús.
Y —sinceramente se los digo, ya que me duele muchísimo que así sea— la única alternativa que le encuentro a esa incógnita es que LES FALTA FE, y lo digo de esa forma ya que me parece que únicamente puede generar esa negativa, el temor a que si se organizasen comunidades que fuesen autosuficientes para lo elemental de la vida —la comida y el vestido— serían muchos los “seguidores directos intermedios” con los que “cuentan” ahora que se irían a vivir allí, dado que ellos también podrían participar, y con absoluta tranquilidad, de ese estilo de vida—tal vez sin tantos lujos, y teniendo que “agarrar la pala” como todo el mundo, eso no lo discuto, pero tendrían cabida como cualquiera— motivo por el cual temen perder la obediencia casi absoluta de los mismos con la que cuentan en la actualidad, y con la que, limitándose a ser meros “suministradores de sacramentos, y cumplidores de ritos”, viven una realidad que, aun cuando no sea “tan” cómoda, al menos les proporciona una tranquilidad muy grande, pero que no obstante eso existe un gran número de ellos a los que tampoco los convence del todo la forma en la que viven, cosa esta última que los más “responsables” del cuidado del Pueblo de Dios conocen perfectamente.
Ruego al Espíritu se apiade de nosotros, y derrame un poco de fe en mi querida Iglesia.
Cordiales saludos
MARANA THA
Mario Enrique Bruzzone
D.N.I. nº 5.502.542 – Von Bulow s/nº – Sierra de La Ventana (Pcia. Bs. As.)
Tel. 291 4022397
PD. Finalizaré con un breve aporte al aspecto de los rezos.
¿No creen que sería conveniente dedicarle más atención en las oraciones al Espírito Santo? Y digo eso, ya que prácticamente en todas las oraciones no se lo tiene demasiado en cuenta, y eso sucede, pese a que sabemos perfectamente que es quien tiene más “participación” con respecto a la humanidad en este período de la historia en el que vivimos. Asimismo, y dicho sea de paso, ¿no creen que en el tercer misterio glorioso se debería meditar, la venida del Espíritu sobre la Virgen y los discípulos, y no sobre los apóstoles como se lo menciona ahora al rezar el rosario? Y les diré que me parece que correspondería hacerlo de esa forma, al menos si nos atenemos a lo que dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles, ya que allí no se hace referencia alguna a que el Espíritu se derramase ÚNICAMENTE sobre los apóstoles, ¿no?