Columna de Nestor Machiavelli
Ocurre en provincias y ciudades que iban invictas o con pocos casos, de repente aparecieron los contagios y todo cambió. Cerrados en si mismos, cortando con terraplenes rutas de acceso, mirando con recelo a vecinos de otros pueblos infectados, confiados en el «Dios es de acá» y «a nosotros no nos toca», la realidad los puso en caja y ahora comprenden que están dentro del bolillero y que en el sorteo, el virus le toca a cualquiera.
Psicólogos y sociólogos tienen trabajo de campo para analizar y sacar conclusiones sobre el comportamiento de los vecinos cuando el virus de la mano del miedo entran a un pueblo y se propagan.
Las redes sociales se convierten en campo de batalla. Allí con nombre y apellido sale a la luz lo peor de la condición humana. Se prodigan acusaciones cruzadas, apuntan a los presuntos responsables del origen del contagio, describen lo que saben de oído de fiestas clandestinas, se ventilan miserias entre amenazas y estigmatizaciones. En esa condiciones el virus gana por goleada porque no solo enferma y atemoriza sino que destruye el tejido social y la convivencia entre vecinos.
En la novela La Peste de Camus hay mucho sobre estas miserias que desatan o sacan a la supeficie las epidemias. El gran Gabriel Garcia Marquez las sobrevuela en su libro «El amor en tiempos de cólera».
En un pasaje hay un niño arriba del barco preocupado porque en el puerto hay cuarentena y no puede bajar a abrazar a su familia
El capitán le explica que si lo deja salir del barco puede contagiar y le pregunta ¿Cargarías con la culpa de infectar a alguien que no puede soportar la enfermedad?
En el final, luego que el capitán le cuenta que le tocó vivir arriba del barco una larga cuarentena y pudo bajar a puerto mucho más allá del tiempo esperado, el niño le pregunta
-¿Te privó de la primavera, entonces?
La respuesta tiene valor de ocasión en el tiempo que vivimos:
-Sí, dijo el capitán, ese año me privaron de la primavera y muchas otras cosas, pero aún así florecí, porque llevé la primavera dentro de mí y eso nadie me la puede quitar.