En la gobernación tienen en claro que el aislamiento tiene fecha de vencimiento y que la medida sufrió un desgaste que redujo su efectividad como método para frenar los contagios. Además, consideran que en 20 días podrían empezar a transitar el camino hacia la nueva normalidad
El gobierno de la provincia de Buenos Aires tiene decidido empezar a transitar el camino hacia la nueva normalidad. Se lo permiten los datos epidemiológicos, que se mantienen estables desde hace algunas semanas, y que disminuyó el nivel de presión sobre el sistema sanitario del AMBA, la zona donde más contagios hubo durante seis meses de pandemia.
El ministro de Salud bonaerense, Daniel Gollán, dio una pista ayer al ratificar lo que el gobernador Axel Kicillof ha dicho en algunas oportunidades durante los últimos días. La idea de pasar de la cuarentena a una etapa de distanciamiento social y cuidados bajo estrictos protocolos. Un camino de bajada después de llegar al pico de contagios.
“Nuestro Gobernador decía los otros días que probablemente pasemos de una etapa de lo que se llama cuarentena a una etapa de ciertas restricciones”, explicó el titular de la cartera de Salud, quien remarcó en la mañana del lunes que “hay que tener cuidado ya que si se abre mucho la circulación pueden volver a crecer los contagios”. Gollán pide ir paso a paso. Despacio. Pero acepta que hay una disminución de casos en el Gran Buenos Aires.
En La Plata tenían el mes de septiembre agendado desde hace tiempo como el posible punto de inflexión para que la curva de contagios comience a descender y los bonaerenses desanden, con lentitud, el camino hacia una vida protocolizada pero sin tantas restricciones como las del último medio año.
Pasar el invierno era el primer desafío. Porque al Covid-19 se le podía sumar las enfermedades respiratorias tradicionales, lo que generaría que las consultas se multiplicaran diariamente. Ese escenario estaba planteado en mayo como un momento de absoluta tensión en el sistema sanitario. Cuando llegó ese tiempo los hospitales estuvieron al borde de la saturación pero no llegaron al límite. Los médicos no tuvieron que elegir a quién darle una cama o un respirador. La proyección política y sanitaria se ajustó bastante a la realidad.
Con la primavera por delante y una curva que, según estiman en el gobierno bonaerense, debería empezar a descender en el corto plazo, en la hoja de ruta que tienen ya se ve con claridad el comienzo de una nueva fase. Una etapa en la que deje de existir la cuarentena tal cual se está cumpliendo ahora y en la que los bonaerenses comiencen a vivir bajo estrictos protocolos de distanciamiento e higiene. En la gobernación tienen en claro que el aislamiento no solo tiene fecha de vencimiento, sino que la medida ya sufrió un desgaste que redujo su efectividad como método para frenar los contagios.
Sin embargo, la decisión de avanzar hacia la nueva normalidad no está íntegramente atada al incumplimiento de la sociedad, sino a los datos epidemiológicos. La meseta de contagios, que desde hace tres semanas marcan en el gobierno porteño, ahora también la están divisando en la provincia de Buenos Aires, sobre todo en el conurbano, donde estuvo la mayor cantidad de casos.
Si bien saben que en el interior de la provincia aumentaron los casos, por los datos que tienen no hay ningún municipio que esté en un estado alarmante. La situación más delicada quizás la tenga Mar del Plata. Allí pondrán la atención en los días que vienen. En el resto de las ciudades, confían en el trabajo que han estado realizando hasta ahora los intendentes y en la muñeca que tuvieron para abrir o cerrar las actividades según las circunstancias.
Después de julio, cuando los casos se concentraron en el conurbano, Kicillof le dio a los intendentes del interior la potestad de manejar las restricciones en el ámbito local. Siempre en línea con el jefe de Gabinete bonaerense, Carlos Bianco, pero con la libertad de avanzar o retroceder según los casos que haya en los municipios. El gobierno provincial bajaba o subía el pulgar si veían que la cantidad de contagios y la capacidad de respuesta sanitaria no coincidían con la fase en la que estaba el municipio y defendía el intendente. Esa confianza será uno de los sostenes de la etapa que proyectan.
La intención del gobernador es dar un paso hacia adelante la próxima semana y habilitar nuevas actividades comerciales o sociales. Le queda dar luz verde a la construcción privada, a la atención al público en los restaurantes y bares, a las reuniones sociales al aire libre y a los espectáculos por streaming, además de un puñado de comercios que aún esperan habilitación.
Aún no están definidas cuáles serán las actividades que se abrirán. El mandatario provincial lo hablará durante los próximos tres días con los intendentes y el grupo de expertos que lo asesoran. Va a medir el impacto, el riesgo y la necesidad. También con el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, con el que se comunicó en las últimas horas para programar una reunión y comenzar a definir la próxima etapa.
Si bien el vinculo entre ambos se tensó en los últimos días luego de que el presidente Alberto Fernández decidiera quitarle un punto de coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires, la intención de Kicillof y Rodríguez Larreta es seguir consensuando las medidas sanitarias en el AMBA. El tiempo que sea necesario.
La negociación que tengan en estos días será el primer acercamiento formal después del clima espeso que se generó la semana pasada en la relación entre el oficialismo y la oposición. Ambos buscan un acuerdo para seguir adelante. Lo que aún no está definido es si lo harán ellos en un encuentro personal o sus equipos de ministros.
La potencial apertura de actividades de la próxima semana sería la terminal previa al comienzo de la nueva normalidad en Buenos Aires. O, al menos, el inicio de ese camino. Sería en veinte días. Cuando culmine la fase que se va a resolver esta semana. Esa es la idea que hoy tiene Kicillof. El cumplimiento de esa medida dependerá de que los contagios se sostengan o, en el mejor de los casos, disminuyan.
También quieren esperar el impacto que tenga en la curva de contagios la protesta de la Policía Bonaerense. Estiman que puede tener algún tipo de rebote porque muchos no estaban usando barbijo o no aplicaron el distanciamiento social. La referencia que tienen, aunque más masiva, fue la marcha anticuarentena del 17 de agosto. Diez días después los casos subieron. Más allá de ese dato, creen que están en condiciones de comenzar a transitar el camino hacia una etapa marcada con menos restricciones, pero en la que es esencial la responsabilidad individual y la conciencia social.
El 1 de septiembre, durante la presentación de un plan de reactivación productiva para la provincia, el Gobernador adelantó cuál era su horizonte. “Puede ser que pasemos de medidas de aislamiento, hasta que termine de vencer la ciencia este virus, a protocolos”, explicó.
“No es algo que hay que sufrir. Es un aprendizaje para poder trabajar, vivir y recobrar cosas que hemos perdido mientras el virus todavía no se fue”, aclaró. Dio una clara señal de que su voluntad era avanzar en ese sentido en el corto plazo porque, como dijo en esa conferencia, “la pandemia terminará pero no sabemos cuándo”.
Lo que tiene en claro el mandatario es que no puede mantener la cuarentena hasta que salga la vacuna. Porque al día de hoy es imposible saber cuándo estará realmente y cuánto tardará el proceso de vacunación. Es una utopía pensar en una cuarentena que tenga como punto final la vacuna. Hasta allí los argentinos tendrán que llegar transitando una vida repleta de protocolos. No hay otra opción para cuidarse del virus. Lo que resta saber es el comienzo de esa nueva normalidad en territorio bonaerense.