Marcos Villamil salió de General Alvear (provincia de Buenos Aires) en septiembre, apenas se lo permitió la pandemia. Ahora está en Santa Cruz, camino a Ushuaia, desde donde retomará sus pasos (en realidad, los de sus yeguas) para llegar bien al Norte. Un aventurero orgulloso de su tierra y de la generosidad de la gente que lo recibe.
Su primera aventura no terminó demasiado bien…
A los 18 años Marcos Villamil (que hoy tiene 27) quiso unir a caballo la ciudad bonaerense que es enclave de la tradición, San Antonio de Areco, y el campo de su familia en otra localidad bonaerense, General Alvear. Pero el mismo día en que salió para recorrer esos 270 kilómetros… ¡perdió la billetera! Así que tuvo que pasar los siguientes cuatro días durmiendo al costado de los caminos y prácticamente sin comer. “Fueron varios errores de planificación que me sirvieron para aprender un montón”, asegura hoy entre carcajadas.
Pero algo debe haber aprendido porque su voz apenas se oye a orillas del lago San Martín, al pie de los Andes santacruceños, camino a Ushuaia, desde responde las preguntas de Télam. Hasta allí llegó a caballo desde General Alvear en una travesía que calcula le llevó unos 3.500 kilómetros y empezó en septiembre, no bien se flexibilizaron algunas de las restricciones que impuso la pandemia.
El objetivo del viaje queda más que claro para los 14.500 seguidores de la cuenta https://www.instagram.com/abrazarte.argentina/ desde el mismo nombre que eligió Villamil para el espacio donde cuenta sus aventuras. “Me encanta la idea de conocer la Argentina a caballo. Ir al ritmo del animal, parar en los campos, llegar donde el tren o el auto no pueden. El caballo es la mejor carta de presentación”, explica el ingeniero agrónomo que abandonó su trabajo en un banco y dos emprendimientos que tiene con sus amigos para salir a recorrer el país en el lomo de sus yeguas, Mora, Wayra y Tordo, que se van rotando en la tarea de llevar al jinete y sus pocos pertrechos.
El hombre que en estos días llega al extremo sur del país y encara la vuelta para emprender el tramo norte de su viaje, cuenta que su madre recuerda que aprendió a cabalgar antes que a caminar y que lo hace desde los dos años. Y que su viaje tuvo un antecedente, hace unos seis años cuando recorrió unos 100 kilómetros en la provincia de Buenos Aires con algunos amigos. “Siempre hacemos hincapié en las cosas negativas de nuestro país. Que la inseguridad, que el ventajismo. Pero tenemos una Argentina alucinante, para inflar el pecho. Lo veo en el viaje. La gente me abre las puertas, me cobija, me da todo lo que tiene. En este momento en que una de mis yeguas está lastimada, la familia con la que paro me ayuda y me acompaña”, argumenta.
En los primeros días de febrero el jinete descansa en el sur a la espera de que su yegua Mora se reponga. “Se lastimó muy fuerte la mano y estoy viendo cómo solucionarlo o si es mejor para ella cambiarla por otra yegua de mi campo y que ella vuelva a descansar. Lo que tengo claro es que no la voy a vender. Estos son caballos que yo crié y domé son como mis hijos”.
Luego Marcos cuenta una de sus últimas aventuras: “Cruzábamos una zona áspera de la cordillera hacia la estancia Sierra Nevada, en Santa Cruz. Era un área pantanosa, como arena movediza. Después tuvimos vientos fuertes, y una de las yeguas estaba agitada y se echó. Decidí hacer noche ahí mismo y armé la carpa como pude. Por suerte al día siguiente pude llegar a la estancia donde nos recibieron bárbaro”.
Pero además de algunas vicisitudes, el viaje tiene aspectos gratificantes. Villamil no se decide a la hora de elegir el paisaje que más le gustó del tramo que realizó. “No conocía este lago San Martín y es increíblemente lindo. Y otro momento inolvidable fue cuando después de atravesar Buenos Aires, La Pampa y parte de Río Negro y me encontré en Neuquèn con la cordillera de los Andes, llegando a Zapala. Fue una imagen impactante”.
Sobre la logística de la travesía, cuenta el jinete que entrenó un año entero con sus yeguas, recorriendo de a 100 o 120 kilómetros. Que en la zona pampeana cabalgaba de madrugada, entre las cuatro o cinco de la mañana y el mediodía, para hacer 30 o 40 kilómetros. Después dejaba descansar a los caballos. “Siempre voy frenando en campos, pidiendo permiso y si no encuentro nada desensillo al costado de un arroyo que tenga buen pasto y agua los caballos. Pero la gente me recibe con mucha amabilidad. Así que voy conociendo muchos pobladores en cada lugar, paro en sus casas, me ofrecen comida”.
Villamil documenta cada hito de su viaje en su cuenta de Instagram, pero también recurre a un medio “analógico”, un cuaderno en el que le pide a la gente con la que se encuentra que le escriba un mensaje. “Me agradecen por llegar a esos lugares, contar cómo viven y por mantener la tradición de montar a caballo”, resume sobre los cientos de expresiones de aliento y cariño que atesora.
Aunque todavía le falta buena parte del recorrido, el hombre no fantasea con redoblar la apuesta y recorrer toda América. Argumenta que su sueño era conocer la Argentina y se dará por satisfecho cuando regrese a General Alvear después de haberlo cumplido. Pero promete que seguirá ligado a las cabalgatas de algún modo, quizás compartiendo con otros su pasión.
Antes de retomar su viaje, Marcos deja un consejo. “Tenemos que entender que la distancia entre el sueño y la realidad es la acción. Normalmente tenemos sueños que son factibles. Hay que empezar con pequeñas acciones para acercarse a ellos. Hay que animarse a emprender y a conseguir lo que uno desea”, dice y no tiene empacho en cerrar con un sonoro: “¡Viva la Patria!¡Viva la Argentina!”.