En las grandes ciudades nacieron, crecieron y se multiplicaron. Tanto se mimetizaron con el paisaje urbano que hoy no se lo concibe sin su presencia. Expresan un fenómeno cultural y social. Llegaron para quedarse y extenderse incluso hasta en los pequeños pueblos. Al punto elegido u obligado arriban a diario con su soledad a cuestas, con su anonimato, con sus sueños intactos o quemados y abren su alma ante los pocos que detienen su curiosidad y los muchos que ni lo rozan con su rauda indiferencia. Son los músicos callejeros. Pertenezco a la cofradía del hilo invisible que me une a ellos por curiosidad, admiración, alguna envidia y porque ejercen sobre mi un hechizo irresistible.
En cada gorra, sombrero o caja no hay sólo monedas y billetes arrugados. Anidan también vocaciones, necesidades urgentes y espíritus libres. La oferta es variada y despareja. Hay de todo, incluso joyas únicas que encandilan con su brillo. A esa cofradía del “hilo invisible” pertenece el ingeniero en sonido y productor Mark Johnson. Cierto día, allá por el 2005, pensó en realizar un documental de músicos callejeros de diferentes culturas. Pulió la idea y la transformó en un fenómeno musical planetario al influjo de las nuevas tecnologías multimedias.
Eligió un tema y un intérprete inicial, Roger Ridley, un negro de voz maravillosa que se gana sus morlacos en las calles de Santa Mónica, California. Luego decidió que la canción continuara de la mano de Granpa Elliot, otro morochazo que sorprende a los transeúntes de Nueva Orleans. De allí voló a Holanda para grabar a Clarence Bekker, un joven negro que canta en los arrabales de Amsterdam. A partir de esa base sonora siguió viajando. Anduvo por Nuevo Méjico para que el grupo Twin Eagle agregara la percusión, por Toulouse (Francia) para sumar a Francois Viguié con su pandereta, a César Pope en Río de Janeiro con su cuatro, a Dimitri Dolganov en Moscú interpretando el cello, a Roberto Lutti en Livorno (Italia) tocando la guitarra metálica, a Geraldo y Dioniso de Caracas con el bajo, a Junior Kisangwa Mbouta con su batería en el Congo, a Django Bambolino Degen en tumbadoras desde Barcelona, al coro de jóvenes negros Sinamuva Omalzi de Sudáfrica y a Stéfano Tomaselli interpretando el saxo en las calles de Pisa, Italia.
Reunido el material regresó a EE.UU. para cocinar el milagro. A las voces negras, registradas sobre una pista sonora de enorme calidad, le fue acoplando los instrumentos con el buen gusto y la precisión de un orfebre. Pero no fue sólo sonido, sino también imágenes para completar la idea del proyecto. Es decir un video para subirlo a Internet, partiendo del concepto de la unión planetaria a través de la música y arropado bajo el título de Canciones Alrededor del Mundo. Pero no todo terminó allí porque lo artístico derivó en la Fundación Playing For Change, algo así como…..dedicada a reunir fondos para la construcción de escuelas música en todo el mundo. Varias ya funcionan, una de ellas en Paso Córdova, en nuestra provincia de Río Negro.
Más de 70 millones de personas ya vieron y escucharon esta magnífica obra. El tema elegido fue compuesto e interpretado en su momento por Ben E. King en la década del ’60. “Cuando llegue la noche y se oscurezca la tierra y la luna sea la única luz que veamos / no tendré miedo mientras estés conmigo / si el cielo que vemos temblara y se cayera /y las montañas se desmoronasen sobre el mar / si no pudiese llorar no derramaré una sola lágrima / mientras estés conmigo / cariño, quédate conmigo”.
Sumate a la cofradía del Hilo Invisible que nos une a los músicos callejeros del mundo, quédate quietito unos minutos y disfrutá de Stand By Me.
Nos vamos para volver y seguir escuchando …CANCIONES.