La histórica maestra repasó sus inicios, su llegada a Bahía Blanca y cómo el folklore fue ganando terreno en su vida y su corazón. “A los chicos de hoy les falta mucho diálogo”.
Los años no transcurren para su vocación. Sigue teniendo la misma voz dulce y reflexiva que cuando inició su camino. Ese idéntico semblante que mutó gracias a la pasión de su amado Jorge, y que hizo que se volcara al folclore sigue ahí. Solo hay que cerrar los ojos y escucharla.
Elsa Bruno es un ejemplo de docente, y que esto al mismo tiempo signifique hacer patria, debido a que sus comienzos los hizo en una locación que por aquellos años se asemejaba más a un paraje que a un pueblo.
“Nací en Viedma. Acá no había mayores carreras, pero en cuarto grado tuve una maestra magnífica y eso me impactó. A los 16 años me recibí de maestra. Incluso tuve la posibilidad de entrar a trabajar al Banco de Río Negro y dije que no porque mi vocación era la docencia” contó.
“Mi primer trabajo fue en la escuela hogar del balneario El Cóndor, donde resido actualmente. Era un clima tan distinto. Acá venían los niños de Río Negro que no tenían familia. Acá no había luz ni gas. Faltaba todo. Había algún negocio, la policía y nada más” rememoró.
En esa línea, indicó que “tuve 30 años de docencia y fueron mis mejores tres años. Unos recuerdos hermosísimos, donde éramos todo para esos chicos: mamá, papá, tía, abuela… les dábamos de comer, los bañábamos, los acostábamos, les poníamos el guardapolvo, el fin de semana jugábamos con ellos… y eso me hizo amar más la docencia”.
Continuando con su relato, señaló que “cuando nos fuimos a vivir a Bahía Blanca fue totalmente distinto, y siempre añoré esos primeros años. El clima de la escuela, esos nenes que tanto nos necesitaban… quizás porque medio que hacía la función de mamá. Después volvíamos todos los veranos a trabajar en la colonia así que el contacto con los chicos continuó por 13 años”.
En otro pasaje de la charla, y haciendo una comparación entre el pasado y el presente, remarcó que “los valores se han perdido mucho y eso es importante. También el nivel de aprendizaje. Tengo nietos chiquitos, y sus amiguitos, y los escucho leer y me mato. Los escucho hablar o explicar algo y en las oraciones faltan palabras. Los chicos están muy encerrados en su tecnología, que en parte es bueno, pero en parte también les falta mucho diálogo”.
Y buscando una solución a esto, mencionó que “hoy ambos papás deben trabajar y mucho. Lo destaco. Pero en pequeños detalles creo que está la diferencia. Ya sentarse a la mesa todos juntos sin televisión y celular”.
Volviendo a la faz familiar, reconoció que “ninguno de mis hijos o nietos quiere ser docente. Siempre me dijeron, ni locos seguimos tus pasos jaja. Yo ocupé mucho de mi tiempo en mi casa para la escuela. Por ahí el que no sabe piensa que son cuatro horas, pero es mucho más, y ese tiempo lo resté para mi familia. Íbamos al parque y yo me llevaba los cuadernos para corregir”.
Del mismo modo aseguró que “lo otro que me robaba tiempo entre comillas fue la parte folklórica. Cuando conocí a Jorge, que era un enamorado de su pasión, asimilé un poco de eso. De ahí que se me ocurrió dar en las escuelas y fueron varias las docentes que se engancharon. Él nos capacitaba, de ahí organizamos talleres de folklore en las escuelas primarias”.
Y cerrando esa ida sostuvo que “a fin de año hacíamos las reuniones de todos los talleres. A los chicos les encantaba, era un clima hermoso. Ellos sociabilizaban, los papás estaban muy contentos y también lo hacían. A raíz de eso se crearon muchas amistades”.