Por Marcelo Metayer – El año pasado conocí en profundidad la historia de Dionisio Llanca. Escribí esta nota para la agencia de noticias donde trabajo. Y conocí personalmente a Dionisio Llanca, y estuve tomando mates con él. Pasaron muchas cosas.
Este texto que voy a compartir con ustedes es una de las notas más leídas en Agencia DIB, y ha sido la base para muchas publicaciones que andan dando vueltas ahora (hablo de abril 2022) en la web sobre Llanca.
Dionisio Llanca se levantó de la siesta y miró un episodio de “Ladrón sin destino”. A eso de las diez de la noche cenó un bife con ensalada y un par de vasos de Cepita. Un par de horas después se preparó, saludó a su tío, con quien vivía, se puso la campera y salió. Era apenas pasada la medianoche de sábado de Bahía Blanca, pero Dionisio (25) no iba a un boliche, sino a trabajar: subió a su camión Dodge 600 y arrancó para Río Gallegos con materiales de construcción. Una goma estaba baja, pero decidió partir igual. Al rato el camión se empezó a bambolear sobre la Ruta 3 y se resignó a cambiar el neumático. Estaba a casi 20 kilómetros de Bahía, frente a la localidad de Villa Bordeu. Se bajó del camión bajo un cielo tachonado de estrellas y comenzó a trabajar. De repente miró hacia la izquierda y vio una luz amarillenta. Era la una y pico de la madrugada del 28 de octubre de 1973 y en ese momento comenzó lo que se considera el caso de abducción más famoso y polémico de Argentina, caballito de batalla del ovnílogo nacional más famoso, Fabio Zerpa, pero que dejará una amarga huella en su protagonista.
Dionisio creyó que era la luz que se acercaba era la de un auto, pero se le vino encima y lo paralizó. Se dio vuelta y vio “una cosa grande, con forma de plato, suspendida en el aire, a unos siete metros de altura” y a tres seres, dos hombres y una mujer, a su lado. Le tocaron la mano derecha y le hicieron una incisión. Perdió la conciencia. Se despertó en los corrales de la Sociedad Rural de Bahía Blanca, a casi 10 kilómetros de donde había parado con el camión. Le faltaban el reloj, el encendedor y una cigarrera. Comenzó a caminar. No sabía quién era. Lo levantó un auto en la ruta que lo llevó hasta la ciudad. Vagó por comisarías, que creían que era un borracho más. Terminó en el Hospital Español y allí lo atendió el doctor Ricardo Smirnoff, médico forense de guardia. “No sabía quién era, adónde había nacido, quiénes eran sus padres. Lloraba continuamente y preguntaba en qué pueblo estaba”, contaría días después el médico al periodista de la revista Gente. El profesional luego lo haría internar en el Hospital Municipal. Tenía curiosidad por su amnesia traumática sin ningún golpe visible.
Recién el 30 de octubre, Dionisio recordó lo que había pasado, y su caso comenzó a ser conocido.
Operación Bordeu
El periodismo comenzó a interesarse en ese camionero que había pasado por esas extrañas circunstancias. La revista Gente publicó su primera nota sobre el hecho muy pocos días después, el 8 de noviembre. Al mismo tiempo, entró en escena Fabio Zerpa: “El destino me deparó la enorme fortuna de formar parte de una junta investigadora de un contacto con seres extraterrestres”, escribió en “El ovni y sus misterios”.
La “Operación Bordeu”, como se bautizó el caso en base a la localidad donde sucedieron los hechos y quedó el camión abandonado, comenzó con “cinco médicos de la ciudad de Bahía Blanca: doctor Roberto García del Cerro, psicoanalista; doctor Eduardo Mata, psiquiatra; doctora Nora Milano, psicóloga; doctor Eladio Santos, hipnólogo, y doctor Ricardo Smirnoff, médico forense”.
La nota en Gente de enero de 1974: en esos casetes está el testimonio de Dionisio Llanca
Después Llanca sería llevado a Buenos Aires, donde fue visto por tres médicos más: Agustín Antonio Luccisano, toxicólogo de La Plata; Juan Antonio Pérez del Cerro, presidente de la Asociación de Ontoanálisis, y Héctor Solari, hipnólogo y psicólogo.
La primera etapa de la “operación” fue de sugestión hipnótica. Dionisio es magnetizado por el doctor Eladio Santos en su consultorio bahiense y empieza a narrar su historia. De nuevo, recuerda. Y cuenta que “en determinado momento los seres extraterrestres sacaron un haz de luz compacto y coherente, por el que descendieron como si fuera una plancha de hormigón luminosa. La mujer precede a los hombres, y empiezan a caminar para tomar contacto con Dionisio, a quien hacen la incisión en la mano derecha, en los dedos pulgar y el índice”. El camionero dijo a Santos que no hablan de manera audible pero que siente “un zumbido, como un colmenar de abejas o una radio mal sintonizada”. Luego entran los cuatro -los dos seres masculinos, la mujer y él- en el ovni.
Allí, Llanca ve el cielo estrellado en dos “aparatos de televisión en color”. También contempla cómo se abren “compuertas” en el ovni, sacan “cables o mangueras flexibles” que se conectan con un arroyo que discurre junto al camión estacionado, y unos cables que parecen tomar electricidad de un poste de alta tensión de a la ruta (más tarde se comentó que esa noche hubo un corte del servicio eléctrico en gran parte de Bahía Blanca).
“Veo muchos aparatos, dos televisores, una radio. Me habla la radio. Ellos me dicen que no tenga miedo, que son amigos, que vienen desde hace mucho tiempo. Quieren saber si nosotros podemos vivir en la tierra de ellos”, contó Dionisio según la transcripción que hace el periodista de Gente en otra nota de febrero de 1974. Agregó un detalle escalofriante: “Veo el encendedor. Lo tienen arriba de una mesa, junto con el reloj y mi paquete de cigarrillos”.
La hora del pentotal
Después de las sesiones de hipnosis llegaron las inyecciones de pentotal sódico, por aquellos años conocido como “suero de la verdad” porque produce una relajación que, en teoría, imposibilita al paciente para producir fantasías, es decir, mentir. “El doctor Ricardo Smirnoff aplica pentotal endovenoso en el antebrazo del camionero y éste vuelve a repetir (como si fuera un disco rayado) lo mismo que había dicho en las sesiones de hipnosis”, escribió Zerpa.
Luego siguieron tests psicológicos en Buenos Aires. Llanca pasó, además, por La Plata. “Estuvo en casa comiendo un asado y me contó de nuevo la historia”, afirmó a este cronista el doctor Agustín Luccisano, que aseguró que “era un hombre sencillo, imposible que haya inventado nada”.
Esta investigación fue para Zerpa su caso perfecto. Según él, se obtuvo “la evidencia de que Llanca había estado dentro de una nave interplanetaria”. De hecho, obtuvo el premio a la mejor investigación en el Primer Congreso Internacional de Ovnilogía en Acapulco, México, en 1977. Cita los hechos en varios libros y seguía destacándolo en muchas entrevistas posteriores. Es uno de los capítulos de su Curso de Ovnilogía, aunque no incluyó la historia de Llanca en su disco “El ovni y sus misterios”, de 1975.
La idea del fraude
Otros investigadores alejados de Zerpa dudaban del testimonio de Dionisio. Así, Guillermo Roncoroni publicó en 1977, y actualizó en 1983, un informe en que asegura que “hay pruebas inequívocas de un fraude”. Al final del texto añade las conclusiones del estudio del doctor Solari: “Llanca no es un testigo hábil”. Lo curioso es que este especialista había sido aportado por el mismo Zerpa.
Robert Banchs, en tanto, publicó un artículo en la revista española Stendek de diciembre de 1978 titulado directamente “El gran fraude”. Lo pueden leer en este enlace.
El caso ya era muy polémico e incluso hubo un intercambio de cartas entre Fabio Zerpa y Roncoroni en el correo de lectores de la revista Humor después de la publicación de un artículo en el que se ponía en tela de juicio al excamionero.
En Humor, además, se publicó una nota muy crítica sobre Llanca y el caso de Francisco García (ver) escrita por Rubén Morales, llamada “Los invasores siempre vuelven”. Años más tarde “Gurú” (como se lo conoce en el ambiente) Morales se arrepintió de ese texto.
El calvario
Mientras tanto, la vida de Dionisio Llanca había pasado a un cono de sombra. No se supo nada de él durante muchos años. Su destino era un misterio y se especuló con su fallecimiento.
Hasta que en 2021 lo encontraron Lorena Sciarratta y Marina Giaveno, del Café Ufológico Rosario (CUR), y comenzó otra historia: la del sufrimiento de Llanca, sometido, según su testimonio, a interminables sesiones de pentotal.
Via Zoom desde su lugar de residencia -mantenido en secreto por las coordinadoras del CUR-, el excamionero repitió la historia de la abducción y contó que con las inyecciones de pentotal su vida “fue un calvario, pensé que me moría, la piel se me hacía como escamas de pescado y se me caía”. Agregó que “me llevaban al consultorio y me ponían el suero cada dos o tres días. Era el mayor de los sufrimientos. Las inyecciones eran tremendas”.