Es una cría de delfín franciscana, una especie en riesgo de extinción, que aún no sabe de peligros. Pero esta vez se anima a buscar el alimento sola y lo presiente ahí, en una red de pesca. Queda enredada. El agua invade sus pulmones, no entiende lo que pasa. Su madre, intenta ecolocalizarla, pero es tarde, murió ahogada en silencio, en esa red de pesca ilegal.
Todo sucede en milésimas de segundos dentro de una Reserva Natural, que debía ser su lugar seguro. Para el pescador es un descarte, que forma parte de las miles de toneladas que se tiran al mar. Para los biólogos, guardaparques y educadores ambientales, es un dato más. Es lo que definen como un “incidente” y que para nosotros es un ecocidio.
Las tortugas marinas cargan con una historia milenaria. Surgieron hace más de cien millones de años, sobreviviendo a los avatares de la naturaleza. Pero la especie humana, que ocupa solo un suspiro en el tiempo geológico, es la que determina su destino. El mismo destino que hizo que en el 2005, en el estuario de Bahía Blanca, los tripulantes de una embarcación pesquera, encontraran en sus redes una tortuga verde, descubriéndose que llegaban hasta allí, en busca de alimento.
No haberle avisado. Que todo ese circo montado alrededor de ella, solo sirvió para silenciar los problemas ambientales. Que nada se iba a hacer para salvarla de morir, en otra red de pesca ilegal, ni siquiera dentro de la Reserva Natural, o atorada con las bolsas de plástico, simuladores de medusas, su principal alimento.
Él es el ingeniero del estuario, quien cava permanentemente para que el lodo no se endurezca, cuidando el hábitat de otras especies y además es alimento de los pichones de la gaviota cangrejera. El cangrejo cavador, habitante milenario. Pero el Puerto de Bahía Blanca y su Polo Petroquímico, necesitan sumar hectáreas para sus actividades. Y lo hacen hacia el humedal, enterrando vivos miles de cangrejos que mueren pisoteados bajo el asfalto. No les importa. Es más importante el desarrollismo insostenible.
También alrededor del Puerto y del paredón empresarial, que cubre varias hectáreas de nuestra costa, hay familias sumidas en la pobreza, que en silencio, recogen los granos que se caen de los camiones. Se los disputan a los roedores que circulan por ahí. Eso tampoco les importa.
El Puerto de Bahía Blanca y su Polo Petroquímico, representa la génesis de la pobreza social y ambiental. Muy lejos de la promesa fundacional empresarial, estamos cada vez más pobres y contaminados. Pero de eso no se habla. Es un secreto a voces. Con el Consorcio del Puerto, integrado por corporaciones extractivistas, nadie se mete. Las migajas que ofrecen, a cambio del silencio, tienen éxito. Logran acallar las voces conservacionistas.
Existe un manto silenciador que oculta el sufrimiento ambiental y social. Que apaga el grito de los delfines franciscanas ahogándose en redes ilegales, el de las tortugas marinas, muriendo de inanición, el de los escualos torturados en la pesca con devolución y el de los cientos de invertebrados pisoteados por el asfalto empresarial o muriendo por la contaminación.
Pero todo esto no nos es ajeno, porque la penuria social proviene de la ambiental. Estamos atados al barco de la naturaleza y el ancla somos nosotros. Y en tanto no levantemos las voces contra este ecocidio y nos saquemos las mordazas que lo silencian, seremos también la mano que corta la soga. Y así caeremos por nuestro propio peso hasta el fondo del abismo, desapareciendo como humanidad. Y el barco de la naturaleza no podrá salvarnos, seguirá su rumbo, quien sabe hacia qué destinos. Solo que esta vez lo hará sin nosotros.