“el sistema federal puede hacer nuestra felicidad, tanto más, cuanto es un sistema más análogo a los sentimientos de todos, porque está más en contacto con el pueblo. ¿Y cuál es la base del gobierno representativo? Véase qué piensa el mismo pueblo. (…) es mejor para el país, estrictamente hablando, aquel que sea la expresión del voto público, y que esté más en contacto con el pueblo, o para hacer su felicidad, o para conocer los males que sienten y poderlos remediar” – Gral. Manuel Dorrego
El 13 de diciembre de 1828, el Coronel MANUEL DORREGO, Gobernador de la Provincia de Buenos Ayres, fue asesinado de manera cobarde. Aunque las crónicas mencionan un fusilamiento, la realidad es que se trató de un acto infame y traidor. La orden de este homicidio se atribuye a un individuo llamado Lavalle, pero como señaló Esteban Echeverría, «Lavalle, muy chico era para echar sobre sí cosas tan grandes«. La responsabilidad también podría recaer en figuras como Paz o Lamadrid o cualquier otro. No era matar a Dorrego, sino a su idea: el federalismo.
La caída de Dorrego marcó el inicio de una serie de atrocidades de los “civilizados” contra la barbarie de los caudillos, contra figuras como Bustos, López, Quiroga, evidenciando la falta de escrúpulos al no economizar en la sangre de los federales. Estos llamados «unitarios» o centralistas eran mercenarios al servicio de potencias enemigas como la anglo-francesa. Su conducta traicionera y desleal persiste en personajes como Urquiza, Mitre y los liberales actuales, quienes representan la antipatria.
La aceptación de la Deuda Externa sin considerar su origen de Alfonsín, la venta de bienes soberanos durante la era Menem y la desculturización impulsada por la Agenda 2030 y el Club de París, ejecutada por la progresía kirchnerista y macrista, son acciones que continúan la línea que segó la vida del «Coronel del pueblo». Estos actos son perpetrados por instrumentadores de la nueva colonialidad.
El derrocamiento de Dorrego fue una estrategia de una nueva colonialidad que buscaba arraigarse en Argentina después de su independencia. San Martín, desde Montevideo, profetizará a Tomás Guido, a al ver que la patria se iba dividiendo en sectarismos irreconciliables: «la situación en nuestro país es tal que el hombre que lo gobierne no tiene otra alternativa que apoyarse en la facción o renunciar al mando«.
La historia de nuestra patria se ha construido en torno a la lucha entre bandos: el federalismo y el centralismo, representados por dos visiones contrapuestas, la hispánica y la atlantista. No se odian los apellidos, se matan las ideas que representan. Rivadavia cerró los Cabildos, Mitre eliminó las autonomías provinciales con la «intervención federal», Alfonsín introdujo la Coparticipación Federal, el menemismo la Constitución del ’94 y el kirchnerismo, junto al macrismo, crearon la «grieta». Quien no se alinee, queda huérfano de poder.
Dorrego fue asesinado por sus ideas federales, por su visión de una Argentina donde los municipios fueran las pequeñas ruedas que impulsaran a las provincias bajo un sistema federal. Este sistema hubiera impedido la subordinación a potencias extranjeras y habría evitado la imposición de un régimen económico liberal, subordinante y claudicante en este proceso de aculturación. Dorrego entendía que el sistema federal, al estar más en contacto con el pueblo, era más análogo a los sentimientos de todos. Cada gobierno posterior que ignoró el federalismo asestó otra herida al corazón de la patria, como una bala más que atraviesa el pecho de Manuel Dorrego.
Luis Gotte
Co-autor de «Buenos Ayres Humana, la hora de tu comunidad» Ed Fabro, 2022. Y «Buenos Ayres Humana II, la hora de tus Intendentes» es preparación.
Mar del Plata.