Su impronta se esparció en la provincia de Buenos Aires y dejó a Tornquist con obras monumentales que admiran especialistas y viajeros.
Pasan los años y el misterio de su trabajo sigue cautivando.
Hoy para recordarlo y homenajearlo, compartimos un trabajo de Marcelo Metayer, con datos y entrevistas a seguidores Salamónicos.
SALAMONE EN SU LABERINTO
A la Banda Viajera
Francisco Salamone D’Anna nació en Leonforte, en el corazón de Sicilia, Italia, el 5 de junio de 1897. En 1903 su familia emigró a Argentina. Francisco estudió en el colegio técnico Otto Krause y luego en la Universidad Nacional de Córdoba, donde se recibió de ingeniero arquitecto e ingeniero civil. En esa provincia comenzó su carrera. Hizo las obras monumentales que lo harían famoso en la provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1939. Después se dedicó a trabajos menores hasta su muerte, el 8 de agosto de 1959.
Hasta aquí, en pocas palabras, la biografía del hombre que a 60 años de su fallecimiento sigue cautivando a mucha gente. Porque el misterio Salamone continúa y hay áreas oscuras tanto en su vida como en su obra que parecen reacias a ser dilucidadas. Otras partes de la leyenda que tanto dieron que hablar ya han caído, como la del «águila que vuela sola», por ejemplo. Se sabe que no era ese genio aislado que realizó todas las obras en Buenos Aires solo, saltando de pueblo en pueblo en su avión. En realidad era la cabeza de un estudio, algo más parecido a un director de cine que a un loco solitario.
Jorge Luis Borges se burlaba de lo que llamaba la “superstición del sistema métrico decimal”, con respecto a la costumbre de destacar cuando se cumplen décadas completas de algún acontecimiento. De cualquier modo, los 60 años del fallecimiento de Salamone (justo cuando llegaba a Buenos Aires Marlene Dietrich, protagonista de “El ángel azul”, moría el creador del Ángel de Azul) fueron la excusa para entrevistar a tres personas muy distintas entre sí pero con el esquivo ingeniero como punto de unión.
La versión original de esta nota, más reducida, fue publicada en el sitio web de la Agencia DIB.
El estudiante y el maestro
Corradino Tenaglia en Alberti.
Los salamónicos ya no son tantos como en los años dorados, entre 2009 y 2012. En esa época el historiador Eduardo Lázzari -presidente de la Fundación Salamone- llenaba micros de curiosos para visitar las localidades donde hay obras del ingeniero arquitecto. Allá por agosto de 2009 decenas de expertos y curiosos se congregaron en el Teatro Español de Azul para asistir a las primeras, y hasta ahora únicas, jornadas sobre la obra de Salamone. Hoy en día los «sobrevivientes» se reúnen en algunos grupos de Facebook o se encuentran cuando se proyecta alguno de los documentales realizados sobre el tema, como «Las minas del rey Salamone» o «Salamone Superstar», de Andrés Tórtola, o «Mundo Salamone», de Ezequiel Hilbert. Precisamente a una función de esta última película asistió el año pasado un arquitecto que sorprendió a todos, luego de la función, cuando contó que había trabajado con el ingeniero en sus últimos años en Buenos Aires
Se trata de Corradino Tenaglia, que cuando conoció a Salamone se había recibido de «maestro mayor de obras y estaba estudiando arquitectura. Me pagaba los gastos calculando hormigón. Había tenido un muy buen profesor en el Otto Krause. Tenía una persona que me pasaba en tela [planos que se usaban en la época] lo que requería el municipio de Buenos Aires y yo hacía los cálculos en las planillas. Este señor era el que le hacía las telas a Salamone y se llamaba Fidel Portovich. Trabajaba también en el ferrocarril Buenos Aires al Pacífico. Yo lo iba a ver ahí, le llevaba los cálculos y él los ponía en una planilla. Él sabía que yo estaba buscando trabajo y me dijo ‘tengo un ingeniero que está buscando alguien de tu calibre’».
Tenaglia fue al estudio «en Uruguay 1239», recuerda lúcido casi 70 años después, y se sorprendió al ver lo que al parecer era una tradición allí. «Un gran queso Cheddar con whiskys para los que esperaban, uno nunca sabía en qué momento iba a ser llamado porque él siempre estaba reunido». Salamone «estaba por hacer un edificio en lo que es ahora la calle Zufriátegui. Parece que le caí bien y me dice ‘tengo que hacer el proyecto, necesito hacer los planos, y me dijeron que vos podés ocuparte del cálculo’. Así empezamos la relación y cumplido lo de la primera etapa me pidió que controlara la parte de hormigón y terminé haciendo las instalaciones sanitarias».
Dicen que Salamone era un tipo difícil. Corradino afirma que «era muy campechano pero uno sabía que había que tener cuidado porque su personalidad era fuerte. Estaba acostumbrado a dominar cantidades de gente para poder hacer esas obras». Obras que por otra parte el entonces futuro arquitecto nunca conoció, ya que en el estudio no había una sola foto de los monumentales trabajos en la provincia de Buenos Aires. De las paredes solo colgaban pinturas art decó de Salamone, retratos que él llamaba «arquicaricaturas».
Corradino recién contempló una de esas obras monumentales en 2018, cuando el ingeniero Alfredo Fushimi y el arquitecto Gabriel Lucardi, a quienes conoció junto a Hilbert, lo llevaron a Alberti. Allí la municipalidad, una escuela y la plaza fueron diseñadas por Salamone. «Me afectó muchísimo el viaje a Alberti porque vi la monumentalidad. El contacto con la obra fue maravilloso. Y por supuesto, me quedaron muchísimas ganas de ver otras variantes», confiesa.
Cambio de paradigma
Portal del cementerio de Azul.
El arquitecto René Longoni es considerado el más importante investigador en el país de la vida y la obra de Francisco Salamone. «Hoy ha decaído el interés por él», afirma Longoni vía telefónica desde Mar del Plata». «Yo diría que ha decaído también el interés académico e investigativo. Creo que hay una verdad: todo lo que está alrededor de Salamone no tiene la suficiente documentación como para que haya historia, entonces más bien lo que hay son historietas y mitos. Si Alberto Bellucci tuvo el gran mérito de haber sido de los primeros que hicieron publicaciones sobre este tema allá por 1992 [«Monumental Art Deco in the Pampas: The Urban Art of Francisco Salamone», Journal of Decorative & Propaganda Arts, Florida, EE.UU.], también tiene el mérito de haber inventado el mito. Y creo que además es posible que este mito se haya mantenido tanto tiempo por la falta de, yo diría, transparencia en la historia de Salamone, su vida personal, sus relaciones profesionales».
«Muy pocas cosas se han logrado verificar documentalmente. El mayor documento existente son las tarjetas encontradas en la municipalidad de Tornquist. Es como una suerte de álbum de figuritas, una colección de 45 perspectivas de Salamone tamaño postal con sus trabajos en la provincia de Buenos Aires, desde que empezó hasta el año ‘38. Aparecen obras que fracasaron, que él hizo todo el intento por concretarlas pero por H o por B no se hicieron», comenta.
«Para mí era un buen arquitecto, un mejor empresario, y personalmente debe haber sido un tipo insoportable. Es que lo que está registrado, realmente, en papel y letra, sus escandalosos conflictos de intereses por obras que perdía o que no le consideraban. Era un tipo de pluma filosa también», afirma.
Cuando Salamone termina sus obras monumentales en la provincia de Buenos Aires, en 1939, comienza una decadencia de 20 años hasta su muerte en la que realiza trabajos muy menores, además de pavimentación. ¿Por qué no volvió a esas maravillas? «Ésa es la pregunta del millón», afirma Longoni. «El que la dilucide se gana el premio. No se puede dejar de observar el decaimiento, no tanto en el edificio de Alvear [y Ayacucho, CABA], pero sí en el de Zufriátegui [Vicente López], la casa de Mar del Plata, su proyecto para el monumento a San Martín en Mar del Plata. Parecen obras de otra persona».
El otro gran misterio en su obra es quién llevó a cabo el proyecto más conocido de Salamone: el ángel facetado del portal del cementerio de Azul. «No lo hizo Santiago Chiérico», asegura el arquitecto, que menciona al escultor que realizó otra obra monumental, el Cristo del camposanto de Laprida. «Yo tengo una carta del hijo en que dice que el padre hizo el Cristo de Laprida y a partir de ahí las distintas variantes. Su participación se redujo a eso y entregó además el molde del Cristo de estudio»
Todos estos claroscuros «alimentan esta pasión por investigar, que es como la de los investigadores policiales, que tienen crímenes de hace 20, 30 años y andan buscando datitos», finaliza Longoni.
Oficio de tinieblaS
Matadero de Guaminí.
Las torres de Salamone se elevan hacia el cielo, más altas que las de las iglesias de los pueblos que enfrentan. Pero al contrario de éstas, apuntan hacia la noche. Son torres que parecen haber hechas para ser vistas entre tinieblas. Así lo entendió a fines de los ’90 el fotógrafo y experimentador Esteban Pastorino, que conoció las obras del ingeniero arquitecto “a través de la muestra que hizo Edward Shaw en 1997, en el Centro Cultural Borges, la primera que relevaba la obra de Salamone. Yo venía trabajando con una serie de fotografías de edificios monumentales y una amiga me dice ‘ándate a ver la muestra del Borges que es increíble la obra de ese tipo’. Yo no tenía ni idea. Fui a ver la muestra, que desde el punto de vista fotográfico no me pareció de tanto valor como, digamos, documental. Eso fue el primer paso. Después leí el artículo que había escrito Bellucci. En ese entonces no había objetivamente mucha más información. Y empecé a visitar los pueblos con la referencia que tenía de la obra de Edward Shaw”.
Pastorino cuenta vía telefónica que “venía trabajando con esa idea de arquitectura monumental, con edificios de distintos estilos. No tenía mucha cohesión en ese sentido. Lo abordé haciendo tomas nocturnas y utilicé un proceso que se llama goma bicromatada, un método artesanal del siglo XIX, que también tuvo mucho auge en el siglo XX con los pictorialistas americanos, y eso fue quizás lo que más se diferenciaba de lo que se había hecho. En aquellos años, ‘97, ‘98, no había nadie más que yo supiera que estaba trabajando sobre Salamone. De hecho, preguntaba a arquitectos y no lo conocían”.
Insiste que su única lista era “los nombres de los pueblos que había anotado en la muestra de Shaw”.
La primera vez que la serie de esas fotos de Salamone se vio completa fue “en el año 2002 en la fotogalería del Centro Cultural San Martín, que en esa época era curada por Juan Travnik. También la mostré en el exterior”. Pero curiosamente “nunca la llevé a los pueblos donde están las obras de Salamone.”
“La muestra del San Martín tuvo buena repercusión porque hubo una nota de Juan Forn en Página/12 que le dio un empujón”, confiesa en referencia a uno de los textos fundacionales de la “locura salamónica”: “El misterio de la piedra líquida”, aparecido en el suplemento Radar el 2 de junio de un enfebrecido año 2002. Afirma que no volvió a exhibirla “porque lo de Salamone fue algo puntual dentro de otros proyectos que venía trabajando. Medio que quedó ahí, no te digo olvidado pero no le seguí dando mucha manija. Tampoco soy un fotógrafo de trabajar mucho en un solo tema”.
Sin embargo, muchos años después Esteban volvería sobre Salamone: “Hace 6, 7 años volví sobre algo que había hecho en las primeras fotos. En la serie original había unas fotos de maquetas de edificios que habían sido presentados por Salamone, como el cementerio de Lobería y la Municipalidad. Había hecho las maquetas físicas tomando de referencia los dibujos que había encontrado para esos proyectos, y fotografié las maquetas. Hace no mucho también empecé a trabajar un modelado 3D de proyectos que no se hicieron. Por ejemplo, en 2017 había mandado al Salón Nacional de Artes Visuales una municipalidad, la de Pellegrini, el proyecto que era muy distinto a lo que se terminó haciendo. El modelo 3D le da un poco más de definición o calidad. El proyecto era el mismo, recrear edificios que se proyectaron y nunca se construyeron. La idea es la misma, cambia la resolución técnica, en lugar de hacer una maqueta física hacés un modelo 3D”.
Desde 2018 esas fotos alucinadas se pueden disfrutar en casa: “El año pasado al fin salió el libro, publicado por la editorial de la Fototeca Latinomericana. Y Juan Forn cedió el prólogo con una nueva versión de la nota de Página/12”.
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La nota original sólo constaba de los testimonios de Corradino y Longoni, por cuestiones de espacio. Quería agregar, además de la entrevista con Esteban Pastorino, los enlaces a las notas que escribí (también para DIB) en ocasión de las jornadas de Azul, que para mí fueron un punto de inflexión: allí conocí a muchos fanáticos y, además, me empapé en un mito que aún continúa dando vueltas.
La primera se denominó con justicia «Los cuatro días de Salamone». En la siguiente quise hacer referencia al Gran Arquitecto de los masones y la alquimia y se titula «En busca de la gran obra».
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Portal del cementerio de Laprida.
Mucho se ha hablado y escrito sobre Francisco Salamone. Mucho más se hablará y se escribirá. Termino este larguísimo texto con algo que quiso ser el comienzo de una crónica, allá por 2005. En cierto modo, sigo allí, intentando recorrer el laberinto de Salamone.
A fin de mes espero viajar de nuevo hacia el corazón de la oscuridad, hacia el interior de ese misterio que es la provincia de Buenos Aires. Voy a buscar respuestas a un enigma: los edificios que proyectó Francisco Salamone, las moles que humillan un montón de pueblos de la llanura lisa como el mar.
La primera vez que fui a Laprida, conocí el cementerio en una secuencia de Tim Burton: en bicicleta, medio borracho (pasé toda una semana en un estado continuo de ingestión alcohólica), en pleno verano, recorrí una calle arbolada, las copas de los eucaliptos bloqueaban el celeste del cielo. Y de pronto se abrieron los árboles y allí estaban los dieciocho metros de hormigón armado. Más cementerio que pueblo. Ese día comenzó mi obsesión por el escurridizo (no se conocen muchos datos biográficos y hay una sola foto que se repite una y otra vez) ingeniero Salamone.
Arrancaré por Azul: 5 horas desde Constitución, 11 pesos el pullman (por 3 mangos de diferencia no voy a ir en turista). Después Dios (¡ja!) dirá.