Un sobreviviente del histórico terremoto de San Juan que se produjo hace 80 años y provocó la mayor catástrofe de la Argentina con 10.000 muertos, recordó cómo «la tierra se hundía y se levantaba», aseguró que se salvó «por 30 segundos» de morir aplastado y especialistas indicaron hoy que este fenómeno tan destructivo fue un «punto de inflexión» para el desarrollo de construcciones sismorresistentes en el país.
(Por Milagros Alonso) – Vicente Canto tiene 92 años y todavía recuerda lo que vivió la noche del 15 de enero de 1944 cuando estaba con sus padres y hermanos en su casa, en la ciudad de San Juan.
«Cuando empezó el sismo, corrimos todos al medio de la calle. Era un temblor muy, muy fuerte. Yo corría y a veces retrocedía porque la tierra se movía lateral y verticalmente. O sea que uno a veces estaba en el mismo lugar», relató Vicente.
Dispuesto a contar la tragedia que vivió a sus 12 años, Vicente se hizo un lugar entre las horas de trabajo en la bulonera que tiene con su hijo y dialogó con Télam desde la ciudad rionegrina de Cipolletti, donde vive actualmente.
«Se movía todo abajo de los pies. Uno sentía que la tierra se hundía, se levantaba y después se movía horizontalmente. Fue solo una cuestión de segundos, aunque parecía que no se terminaba nunca», advirtió.
Especialistas estimaron que menos de veinte segundos bastaron para destruir el 80% de las construcciones de la ciudad de San Juan.
«Se puede definir al terremoto del 44 como el punto de inflexión en la historia sísmica de la Argentina. A partir de ahí, se comenzó a estudiar con rigor científico este fenómeno natural y se empezó a desarrollar la ingeniería sísmica estructural», aseguró a Télam el director del Instituto Nacional de Prevención Sísmica (Inpres), Rodolfo García.
Y explicó que «en ese entonces, las construcciones eran principalmente de adobe y no tenían ningún tipo de prescripción sismorresistente».
El ingeniero señaló que, debido a la alta vulnerabilidad edilicia, el terremoto del 44 fue el evento que «generó la mayor catástrofe natural del país».
De las horas previas al terremoto, Vicente Canto recordó como señales que anticiparon la tragedia que tenían «un perrito blanco y ese día, pocos minutos antes del sismo, lo veíamos muy nervioso. Ladraba y lloraba, algo totalmente anormal».
Además, contó que otra cosa extraordinaria fue el clima, dado que «un día antes se empezó a nublar todo el cielo. Después, el 15 hubo una llovizna muy fina fuera de lo común. Y la temperatura bajó mucho para el mes de enero».
La tierra finalmente se sacudió el 15 de enero a las 20:52 y tuvo su epicentro a unos 20 kilómetros al norte de la ciudad de San Juan, en las proximidades de la localidad de La Laja, causando alrededor de 10.000 muertos sobre una población de 90.000 habitantes en el Gran San Juan.
La intensidad máxima del terremoto fue de 9 grados en la escala Mercalli Modificada y la magnitud del momento sísmico fue calculada años más tarde en 7, a una profundidad entre 11 y 16 kilómetros.
«El terremoto es como una explosión atómica adentro del suelo. Hay dos grandes masas de roca que están presionando una contra la otra y, en un momento, se rompe la roca y se mueve. La liberación de energía es altísima porque son masas de roca muy grandes», explicó a Télam Juan Pablo Milana, doctor en Ciencias Geológicas e investigador principal del Conicet.
«El terremoto del 44 fue el más destructivo, pero hubo un importante aprendizaje y se generaron normas de construcción antisísmica. Hoy San Juan es de las zonas más seguras para los sismos», agregó el investigador del Instituto de Geología de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ).
Del momento en que se produjo la vibración de la tierra por el paso de las ondas sísmicas, el testigo Vicente Canto todavía tiene grabado en sus oídos el estruendo de las casas que caían y la polvareda que se levantó.
«Fue una gran desesperación porque nunca había sentido un temblor. Opté por correr hacia la calle y detrás mío cayó una cornisa. Solamente un ladrillo me pegó en el pie», rememoró.
Tampoco puede olvidar los gritos de una mujer que repetía sin parar «Ahí están mis hijos» y señalaba una pila de escombros en donde él había estado jugando apenas unos instantes atrás.
«Era un patio y estábamos sentados sobre un tablón apoyado en cajones de soda. Yo tenía 12 años y nos juntábamos a contar cuentos, tonteras. Y como mi madre decía ‘Apenas oscurezca, todos a casa’, yo me fui y en ese ínterin se produce el terremoto. Entonces cae la pared y mata a estos cuatro chicos que estaban conmigo», narró.
«Por 30 segundos más o menos me salvé», remarcó Vicente, quien luego se recibió de tornero, fue docente en escuelas técnicas en diferentes provincias y ahora tiene cuatro hijos, doce nietos y tres bisnietos.
Como toda su familia salió ilesa del terremoto, su padre ayudó a los vecinos que gritaban auxilio. Entre las historias de rescate, a Vicente le sigue impresionando el caso de una mujer que corría con su beba en brazos cuando le cayó encima el travesaño de un techo.
«La señora murió en el acto pero mi padre fue a ayudar y vio a la beba toda llena de sangre. Pensó que estaba muerta, pero era sangre de la madre. Se la sacó de los brazos, la lavó en las acequias con agua y se dio cuenta de que no tenía absolutamente nada la criatura», narró.
Vicente pasó esa noche en una carpa que tendió su padre para protegerse de la llovizna en lo que quedaba del patio de la casa.
«Dormimos tirados en el piso y toda la noche hubo réplicas del terremoto. Si uno ponía el oído en la tierra se escuchaba un pequeño zumbido» explicó y subrayó: «Escuchábamos un ruido y ya temblábamos de miedo porque pensábamos que iba a haber otro terremoto».
Al día siguiente, acompañó a su padre a recorrer el centro de la ciudad y vieron cómo los cadáveres eran llevados a los jardines del Hospital Rawson.
«Los apilaban como bolsas de papas hasta que los llevaban a la fosa común para la cremación. Y lo que más me llamó la atención era que algunos tenían las orejas y dedos cortados. Los delincuentes los cortaban con pinzas para sacarles las alhajas y los anillos», aseguró.
Esas, remarcó, «son visiones que mientras viva no las puedo olvidar. Eso me impactó muchísimo y a veces no quiero ni recordarlo porque me duele».
Luego del terremoto, Vicente emigró con su familia a la ciudad de Caucete, a unos 26 kilómetros, donde los alojó un pariente. «A nuestra casa nunca más volvimos porque se perdió todo», lamentó.
El colapso estructural de la ciudad llevó al Gobierno nacional a crear el Consejo de Reconstrucción de San Juan, que elaboró un Código de Edificación para toda obra pública o privada a construir dentro de la provincia.
La capital de San Juan se rediseñó por completo y hoy es definida como una ciudad moderna con calles y veredas anchas, lo que «responde a una planificación urbanística en una cuadrícula perfecta», explicó el director del Inpres.
En 1977 sobrevino un nuevo terremoto del mismo potencial destructivo con epicentro en Caucete pero esta vez no hubo un colapso ni víctimas mortales en la ciudad, sino que se registraron 65 muertos en departamentos alejados de la capital.
«Argentina tiene un reglamento de primer nivel mundial en términos sísmicos. Pero tiene que ser aplicado correctamente para que cuando se produzca de nuevo este fenómeno natural que es impredecible, nos encuentre lo suficientemente bien preparados para evitar catástrofes como la de 1944», concluyó García.
Télam