Los cambios en la presencia de plantas vasculares en cercanías de las bases de Argentina en la Antártida es uno de los objetivos de monitoreo de flora antártica que el país comenzó en 2015 y que busca profundizar el conocimiento sobre los vegetales que viven en ese continente.
En un continente cubierto en su gran mayoría por hielo y nieve, en el que los ciclos de día y noche limitan la luz solar necesaria para la fotosíntesis, la flora se compone en gran parte de musgos y líquenes, mientras que las plantas vasculares más comunes son el «pasto antártico» (Deschampsia antárctica) y el «clavelito antártico» (Colobanthus quitensis).
Los estudios están a cargo del proyecto de botánica antártica que impulsa el departamento de Ecofisiología y Ecotoxicología de la coordinación científica Ciencias de la Vida del Instituto Antártico Argentino (IAA) en la isla 25 de Mayo en la que se encuentra emplazada la base Carlini.
Este verano la doctorada en Ciencias Ambientales de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) e investigadora del IAA, Laura Patricia Dopchiz, viajó a la base Marambio donde realizó el segundo monitoreo botánico de la zona después del de 2018 y completó el relevamiento de flora de gran parte de la isla Marambio.
Dopchiz afirmó en diálogo con Télam que «el proyecto de botánica antártica comenzó con un monitoreo en 2015 y se sostuvo todos los veranos con algunas dificultades en las últimas dos campañas; debido a los protocolos sanitarios que impuso la pandemia».
«Para tener certezas sobre la evolución de la flora antártica vamos a necesitar algunos años más de monitoreo que nos permitan construir una serie de datos sólida»Laura Patricia Dopchiz
Explicó que «el objetivo es un relevamiento de la flora en cercanías de las bases argentinas y determinar lugares en los que crezcan plantas como la Deschampsia para evaluar qué cambios sufren en el tiempo y cuáles podrían tener que ver con el impacto antrópico o con otras causas».
«Es muy prematuro todavía asegurar que hay cambios significativos en la flora antártica, los estudios son muy recientes y es probable que no es que antes no hubiese presencia de algunas plantas en algunos lugares, sino que ya estaban ahí pero no era aún un objeto de estudio; para tener certezas sobre la evolución de la flora antártica vamos a necesitar algunos años más de monitoreo que nos permitan construir una serie de datos sólida», aclaró.
La investigadora sostuvo que «hay hechos que podrían ser significativos pero que requieren de más estudio, por ejemplo encontramos un ejemplar de Deschampsia en la base San Martín que es una de las que tenemos más al sur, pero no sabemos si eso es nuevo porque nunca antes nos habíamos puesto a buscar Deschampsia ahí y porque no está claro cómo es que llegó hasta allá, quizá su semilla viají en las plumas de algún ave; también en base San Martín estamos estudiando la presencia de ‘clavelito antártico’ que es algo que nos llamó mucho la atención».
«Acá en la Antártida los vegetales terrestres son de crecimiento muy muy lento porque por un lado está el tema del frío, está el ciclo de luz y oscuridad que ralentiza el crecimiento y la radicación solar muy alta que genera un ciclo distinto de fotosíntesis, para sacar conclusiones con seriedad y rigurosidad científica necesitamos al menos dos o tres años más de monitoreo que nos den una serie de datos más o menos importantes», resaltó.
Dopchiz ejemplifica que «en el monitoreo de 2018 acá en la isla Marambio registramos un parche de musgos de unos 50 metros cuadrados que cuando fuimos este año; a verlo ya no estaba; es probable que la geografía, la nieve, el viento y el barro generado con el deshielo del verano haya causado que el viento lo lave».
«La Deschampsia es un buen biomonitor de contaminación, en cuanto estas plantas detectan alguna anormalidad en el ambiente lo reflejan a través de bioindicadores y eso permite tomar medidas de mitigación», dijo y destací que «por ejemplo, encontramos que ante la presencia de un contaminante cambia la cantidad de estomas en sus hojas, algo que se puede determinar de manera sencilla y que podría aplicarse como una especie de alerta ambiental en los lugares en los que esta especie está presente».
La científica contó que «en el verano antártico también es común ver afloramientos de algas cuando la nieve se derrite, suele ser llamativo y muchos medios replican las imágenes cuando se trata de algas rojas porque parece sangre, pero es algo habitual en un continente en el que todavía hay mucho territorio sin explorar desde el punto de vista biolígico».
«Como país tenemos la necesidad de conocer todo nuestro territorio. Si bien había estudios dispersos en musgos y líquenes no habúa un proyecto de estudio de la flora antártica en la escala de este», dijo.
La investigadora señaló que «eso probablemente tenga que ver con la evolución de la ciencia antártica argentina; hay cosas que van surgiendo y también se van buscando nuevas orientaciones en base a las necesidades que se presentan».
«Por eso es muy valioso que Argentina haya sido el primer país en dedicar un instituto a la ciencia antártica», ponderó.
Afirmó que «para venir acá, a un clima hostil y que por la logística no sabés nunca cuándo es el repliegue».
«Yo no podría hacer esto sin el absoluto apoyo de mi marido y mis hijos, no es algo menor para los que trabajamos en la Antártida», completó Dopchiz.
Junto a Dopchiz forman parte de este proyecto Martín Andaldo, que además es Jefe de la Coordinación de Ciencias de la Vida del IAA, Carla Di Fonzo, Bruno Fusaro y Román Serrago de la facultad de Agronomía de la UBA que colabora con el grupo de forma externa.
La base Marambio se encuentra ubicada en la isla del mismo nombre sobre el mar de Weddell al noreste de la península antártica y a 3.304 kilómetros de Buenos Aires. Las temperaturas en el lugar llegan a los treinta grados bajo cero y los vientos a 120 km/h, estos fuertes vientos, a su vez, son los que evitan una gran acumulación de nieve en la zona de su meseta.