Derivaciones en un asado
Estoy en la parte trasera de casa, parado. «Alberto», dice mi compañera, cargándome, que me encuentra mirando el campo con los brazos atrás, parado igual que mi padre.
Me siento a comer un asado con mis viejos. Estoy a lado de mi madre. Ya en la parte del postre, corta una torta que ha hecho, una galesa, sin tacc. Veo las manos de mi madre, se han convertido en las de mi abuela. El tiempo hace trasplantes de manos. Veo mi mano que corta la porción con una cuchara. Suena mi celular.
Mi abuela me llama pero quiso llamar a una sobrina. Me inculpa y casi que me increpa por atender. Dice que ella marcó bien, que no se equivocó. Yo me equivoqué al atender. La equivocada no fue la llamada sino la atendida.
– Chau abu, te quiero.
Un asado en casa
Cada tanto viene Gino Bogani a casa a comer un asado. Me manda un mensaje a mitad de semana como para inducir al fuego. Parrilla al piso. Corte banderita. Vuelta y vuelta entre vino y fernet. A veces pongo yo a veces trae la carne él. Siempre aso yo, no le gusta arriesgar los mocasines. Apenas si se acerca a la chapa. Siempre en contra de donde va el humo, me critica los pantalones cargo manchados. Dice que no hacen honor a mi figura. Le pregunto de dónde me conoce y por qué lo dejo entrar a mi casa, si sólo lo vi en algún programa de tv o en una nota de un diario. Apoyado en el alambre, dice que no me haga el boludo, cambia de conversación y me advierte que no se pase el banderita.
Siempre se encarga de poner la mesa. Del bolsillo de su pantalón pinzado con raya al medio, saca un cúmulo de tela que se convierte en mantel al desplegarlo. Abre su valija y saca un montón de copas, platos y cubiertos. En casa no tengo tanto. Nunca pone los tramontina mango de madera y los vasos diversos que hacen la vajilla doméstica.
Le gusta hablar de política. Dice que al campo popular y nacional hay que agregarle más diseño y cubiertos y copas y mejores manteles, más mocasines, un mueble con ribetes, un tapizado que dé lástima manchar. Yo corto el banderita y asiento como para que siga hablando y me deje comer. Comemos casi todo lo que hay en la parrilla, siempre. No dejamos nada.
En un momento, después del queso y dulce, dice “Bueno, este cuerpito se las pica”. Mete fondo blanco en la copa atinada y se esfuma. Yo me pongo a limpiar la parrilla y me limpio las manos en el pantalón cargo.
La previa
Lo llevan despacito, al tranco, gateando, a paso de hombre. Como el sol, que cocina lento, para que no se termine de hacer, para que no agonice, para que no se corte eso que hablan. Se miran, se ven. Miran y ven. Se reconocen. Esa sensación de hambre a saciar es linda, no perturba, sino que excita, empuja al trago y a la pitada. Sacan puchos como espadas. Los desenvainan. El solcito del otoño es compañero, te devuelve todas, casi que te le podés apoyar en el hombro. El perro lo disfruta, tirado, sabiendo que va a ligar. Que no salga el asado, aguantalo que está linda la previa. Le marcan la cancha y los tiempos a quien asa. Sacrilegio. Le llenan el vaso para despistarlo, le dan charla, le corren las brasas, le patean los troncos, le levantan la parrilla. No vaya a ser cosa que esté el asado, que lo sirvan a la mesa, que haya que sentarse, que tengamos que comer y que todo esto, que hemos construido y nos merecemos, termine.