Sin que represente una revolución ni nada parecido, el presente de Banfield orientado por uno de sus dilectos hijos de la casa, Javier Sanguinetti, supone una luminosa expresión de vigencia de ciertos valores clásicos.
¿Cuáles son los pilares de esos tesoros tradicionales?
Por la negativa, por lo que huelga, la obligada prescindencia de un plantel lujoso y la convencida declinación de modos y sistemas que huelan a rebusque.
Y por la positiva, por lo que destaca como afirmación, la emergencia de un equipo que hace un culto de la simplicidad: conciencia de las limitaciones y del potencial, esfuerzos repartidos, saludables dosis de atrevimiento y cabeza fuerte.
Y con la intensidad como esa bandera que inspira Sanguinetti, honran sus futbolistas en general y que Martín Payero destacó ante un micrófono no bien consumado el 4 a 1 a expensas de San Lorenzo.
Intensidad, eso sí, en los indicadores que más y mejor cuentan.
Intensidad como espesor, consistencia, forma, presencia, cuerpo.
Intensidad como pericia en la ocupación de los espacios y en alimentar al partido para ganar el derecho a reclamar que el partido provea goles y triunfos.
Y no esas formas de la intensidad adulterada que se expresa en correr a tontas y a locas, en mero amontonamiento, en trompicones, esfuerzos insuficientes o inútiles y en alardes para la tribuna.
Hay equipos que juegan para presionar y hay equipos que presionan para jugar: como Banfield.
Dos laterales de más que aceptable pericia en la marca y en la salida, un mediocampista central (Jorge Rodríguez) que corta, entiende y ayuda a entender, dos lozanas máquinas del ida y vuelta (con más técnica en Payero, con más vigor en Giulano Galoppo, de gran cabezazo ofensivo, además), un wing a la antigua (Mauricio Cuero: encarador, veloz y refundado en la confianza), un punta combativo y nada negado para salir de la troya y sumarse a la elaboración (Agustín Fontana) y otro, Fabián Bordagaray, capaz de compensar su poca fecundidad, pero de mucha experiencia y contribución silenciosa.
Y, por si fuera poco, recambios que con los consabidos beneficios de inventario jamás dejan de dar la talla, con el tandilense Juan Pablo Álvarez a la cabeza, un volante interior de clara inclinación a la elaboración y buen pase en un equipo que se siente a sus anchas en lo que en glosario moderno se entiende como “juego directo”.
Cultor de una admirable amalgama de fervor de potrero y madurez, el Banfield de Sanguinetti exalta los frutos de lo mejor de las camadas de las clases 96 hasta la 2000, inclusive.
Salta a la vista, entonces, que si las tribunas estuvieran pobladas el “Vamos, vamos los pibes” sería un clamor y el clamor sería honrado como estos pibes de Banfield saben, pueden y quieren.