Cuenta una leyenda que míticas sirenas hipnotizaban a los navegantes y los atraían hacia ellas, convirtiéndolos en náufragos en las rocosas costas de Sorrento, muy cerquita de Nápoles, en el sur de Italia. Es una hipótesis y como tal probable, que aquellas sirenas hayan citado a Enrico Caruso para adentrarse en el laberinto de su muerte. Era famoso, una celebridad de la época. El mundo lo aclamaba y se rendía ante su voz potente, sublime por su coloratura e intensidad. Fue el gran tenor del Siglo XX.
Respondiendo al canto de esas sirenas llegó a Sorrento en el verano de 1921. Se alojó en el Gran Hotel Excelsior Vittoria, frente al mar. Lo acompañaba una jovencísima Dorothy Parker Benjamin a quien el gran artista había conocido en una de sus giras en Nueva York. Era su alumna de canto, pero también su último gran amor. Caruso tenía 48 años. Ella, veinte menos. Pero no estaban solos y lo sabían. El hombre de la voz suprema cargaba en su alma el inexorable presagio del final. Estaba enfermo. Un cáncer de garganta golpeaba las puertas de su oscuridad definitiva. Por eso, Enrico Caruso quiso cantar, cantar para la mujer amada.
Y cantó mientras tecleaba en el piano situado en el balcón del hotel. Cantó de cara al mar y antes los pescadores que iban llegando imantados por el brío de su voz. Cantó para ellos pero sumergiendo su mirada en ella. Fue homenaje, última declaración de amor, el drama de una noche en la que un hombre enfermo busca en los ojos de la muchacha un futuro que se extingue. Fue su último concierto. Dos días más tarde el 2 de agosto de 1921 moría en Nápoles a los 48 años y lo lloraba Italia entera.
Muchos años más tarde, en 1986, a ese mismo hotel arribaría un tal Lucio Dalla. Se presentó pidiendo alojarse en la misma habitación que permanecía intacta, con piano incluído, en la que Enrico Caruso se despidió de su amor, del canto, del mar, de las estrellas, de los pescadores, de las luces de las barcas, de su vida. Entre esas paredes Lucio Dalla compuso una de las más bellas creaciones del canto popular italiano:
Aquí donde el mar reluce
y sopla fuerte el viento,
sobre una vieja terraza
delante del golfo de Sorrento
un hombre abraza a una muchacha
despues que había llorado,
luego se aclara la voz
y vuelve a dar comienzo al canto.
Te quiero mucho,
pero mucho, mucho, sabes…
es una cadena ahora
que funde la sangre en las venas, sabes …
Vió las luces dentro del mar,
pensó en las noches allí en América
pero era sólo el reflejo de algunos barcos
y la blanca estela de una hélice .
Sintió el dolor en la música,
se levantó del piano
pero cuando vió la luna salir trás una nube
le pareció dulce incluso la muerte.
Miró en los ojos a la muchacha,
esos ojos tan verdes como el mar,
luego, de improviso, salió una lágrima
y el se creyó ahogar.
Te quiero mucho,
pero mucho, mucho, sabes…
es una cadena ahora
que funde la sangre en las venas, sabes …
Fuerza de la lírica
donde cada drama es una impostura
donde con un buen maquillaje y con la mímica
puedes llegar a ser (un) otro.
Pero dos ojos que te miran
tan cercanos y tan autenticos,
te hacen olvidar palabras,
confunden pensamientos.
Así todo parece tan pequeño,
también las noches allí en América
miras atrás y ves tu vida
como la estela de una hélice.
Sí, es la vida que se acaba
sin embargo él no lo pensó tanto
por el contrario, se sentía ya feliz
y volvió a comenzar su canto.
Te quiero mucho,
pero mucho, mucho, sabes…
es una cadena ahora
que funde la sangre en las venas, sabes …
Voces prodigiosas grabaron el tema, como las de Pavarotti, Andrea Bocelli, El Cigala y nuestra Mercedes Sosa. Nos quedamos con la de su autor. Lucio Dalla interpreta CARUSO.
Seguirán llegando mas…CANCIONES