Fútbol, goles, árbitros y llantos como para hacer dulce.
Se terminan las dos copas, la Copa América y la Eurocopa. Dos posibilidades para ver fútbol. Me dispongo a ver un partido por Internet en alguna página no oficial. La TVP no lo pasa en su sitio web y no tengo cable. Entro a Libre Fútbol, Fútbol Libre, Roja Directa, clickeo, tengo que hacerlo más de dos veces porque hay ventanas emergentes invisibles. Se cae la transmisión. Los centinelas implacables del lucro le comen los garrones a los sitios web no oficiales. Suena el antivirus, dos veces. Y volver a apretar dos o más veces los enlaces para volver a ver el partido.
Todo es dos veces o más en este universo en el que estoy metido. Los goles se cantan dos veces, ya no puedo cantarlo una sola vez y derramar toda mi lívido y energía en un canto estentóreo de gol. El VAR determina un doble canto, impone una administración de la energía, hay que medirse en el primer canto, porque puede haber un segundo si se confirma la jugada en gol. Se determina que es gol. Gol, gol, levanto levemente la mano, casi que me esfuerzo para demostrar ánimo. Al fin de cuentas, ninguno de los dos cantos termina siendo genuino, el primero porque no sé si será gol, el segundo por que en parte ya lo había cantado. El VAR y su lógica de dos veces es la agonía del grito desgarrado del gol. Si sucede una vez, no alcanza, si sucede dos veces ya no es lo que era. Una noticia la verás más de una vez. Una cosa, la contarás más de una vez, primero por Wtsp y luego lo harás presencialmente. Un hecho sucede cuando sucede y luego cuando se hace posteo y cuando los demás lo ven y cuando reaccionan. Todo es dos veces, como mínimo. Nuestros sentidos no alcanzan para determinar la existencia de una cosa, no podemos confiar en ellos, sino en lo que un otro externo determina. La sociedad de la transparencia, nadie confía en nadie. El VAR confirma eso, agente externo al juego. La justicia pasa a cocinarse afuera, la búsqueda de justicia interna pasa a segundo plano. Hasta en un picado, donde no hay árbitro, se busca la justicia interna, como una forma de sostener, por nuestra propia cuenta, las mediaciones que hacen a una convivencia. Ya no es necesario. Un organismo externo al juego determinará lo que es y lo que no es al interior del terreno donde se juega, o del territorio donde se vive. Pero ahora, el referí del partido, como ente en el cual se delegaba la confianza para impartir justicia, ya no tiene la posta, la última palabra, es un sujeto devaluado. Los jugadores lo empiezan a ignorar y ante una polémica le van protestar al monitor del VAR. Gritan para arriba hacia donde está la cabina con los que cortan el bacalao. El árbitro queda solo en la cancha y pita, pero desde la cabina lo contradicen, es meado desde arriba por sus pares, que lo miran por la pantalla, sentaditos, limpitos, tomando una gaseosa. Se mean entre sí. Se agujerean el piso para estar en la cabina y no en la cancha. Se pasan el pito. Nadie quiere impartir justicia en la cancha y transpirar la camiseta. La cámara toma a los del VAR, que se ven en las pantallas captados por la cámara. Ponen cara de perro que se mandó una cagada. Los verdugos de sí mismos. No digan que vivo de esto. El VAR: modalidad de justicia exógena, fuera de caldo del juego, burocrática, tecnicista, fría. Apretar un botón para que el dron le sacuda balas a los que están abajo, como en un jueguito. La justicia imperial, un organismo internacional que te ordena el juego de tu vida. Todo será dos veces o más, y eso no lo decidiremos nosotros, sino un otro, y un otro mucho más grande que vos. En la hinchada hacemos la ola, que se va y no vuelve, como la soberanía del juego. Y todos nos vemos por la pantalla.
Un jugador llora por quedar eliminado, es captado por la cámara, él se ve llorando, corta su expresión abruptamente. La cámara es un arrebato, un saqueo de lo íntimo, le chorean la posibilidad de ser. Y ahora qué hago con esta angustia atragantada, este llanto secuestrado.
Uh, este otra vez…
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¿Quién lo escribe?
Hilario Capeans.