Entre Sierra y Saldunga
Entre Sierra de la Ventana y Saldungaray median 7 u 8 kilómetros. Una de las vías de comunicación terrestre es la ruta 72. Es un canal vivo, constantemente se mueve gente, de acá para allá, de allá para acá. Hacer dedo de Saldunga a Sierra y de Sierra a Saldunga es una práctica cotidiana para mucha gente. Por laburo, por estudio, por compras, por trámites, por vida social.
Hacer dedo es un decir. Es parte tal de lo cotidiano que ya ni se hace el gesto de hacer dedo. Con pararse en el lugar determinado socialmente, basta. En Saldungaray, apoyado en el guardarraíl al lado de la vía. En Sierra, justo frente a la escuela y la biblioteca, en la esquina. Si hay más de una persona en el lugar, se respeta el orden de llegada, si hay lugar en el vehículo, vengan más.
Se levanta a alguien y puede suceder lo siguiente: no se charla en todo el viaje, se charla un momento y se prosigue en silencio, o se charla todo el tramo. Temas: el clima, de ayer, hoy y/o mañana, trabajo, vida cotidiana.
“Qué dura está la cosa”, se dice con desánimo y tono de decepción. “Se me rompió la moto y no puedo arreglarla”, “No tengo para el vía 51”. “Estoy cambiando la plata”, “No me rinde moverme”. La realidad se filtra como el agua y dentro del auto hacemos malabares para atajarla.
Se apostó por un pan fresco, que salía calentito, para disfrutarlo. Pusimos la mano y nos dieron un pan duro, ni las palomas se le arriman. Cara a la apuesta. Qué hacemos con este pan duro. Es indigno. Es para agarrarlo y tirarselo por la cabeza al panadero.
Llegamos al final del tramo. “Dónde te dejo”.
Como el agua
Vienen esas nubes, lograron pasar las sierras, se está levantando viento, bueno, puedo prever que va a llover. Junto la ropa que estaba secándose. Me guarezco, cierro ventanas. No espero a que llueva para saber que va a llover. Indicios, señales y actuar en consecuencia. Con las personas, parecido. Con las personas que toman decisiones, parecido. Con las personas con poder, parecido. Con las personas por elegirse, parecido.
Ahora me pongo a pensar para qué cortamos la chapa del techo. La chapa no se corta, poné el tanque de agua en otro lado, porque el agua va a buscar la forma de meterse por más mínimo que sea el intersticio. No hay zinguero, ni sellador, ni membrana que resuelve eso. Ya es tarde.
Y comienza la lluvia. Fuerte. Atronadora. Y el agua empieza a filtrarse, como la realidad, que permea como el agua. Se filtra el agua en las conversaciones y la realidad por el techo.
Ya nos mandamos la cagada. La incredulidad está buena pero hasta cierto punto. Cuánto cuesta el empirismo a ultranza. Alguno quería la comprobación. Bueno, acá la tenés. Carísima.
Ahora, hay que andar de acá para allá, con baldecitos y trapos, encorvados, atajando las goteras, para que se arruine lo menos posible nuestra casa común.
Uh, este otra vez…
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¿Quién lo escribe?
Hilario Capeans.