La frase “Pinta tu aldea y pintarás al mundo”, atribuida a León Tolstoi y distribuida a mansalva, marca quizás aspectos técnicos para un novelista y también confusiones a la hora de leerla como aforismo. Más allá de la importancia del intento del artista de universalizarse desde lo particular a lo general, el mensaje también podría ser que para no mentir es importante saber dónde uno está parado. Alguien dijo que después de quince días de permanencia, todas las ciudades son iguales. En ese sentido, sólo es cuestión de acomodar el radar. Así, todos los escritores serían locales. Y todos serían universales.
Surge el verdadero inconveniente que es saber contar esa (esas) ciudades. Hacerlas escenario. Desde las clásicas novelas rusas, donde la calle es el lugar, hasta la narrativa norteamericana del “realismo sucio”, podemos encontrar muchos ejemplos. Un caso paradigmático de ambiente y personajes puede ser Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson. Aquí no sólo hay maestría de ese narrador que es un simple cronista del diario del pueblo, sino que además las historias se encadenan y a la vez se transforman en cuentos perfectos aislados en cada capítulo. Esta obra dio pie a lo que se llama “gótico sureño”.
El mismo río es una novela de Carlos Verucchi editada por delaltillo donde mientras se disfruta de la lectura uno se puede sentir reflejado no ya con los detalles de nuestra ciudad (en este caso Olavarría), sino que también advertimos nuestras aspiraciones, miserias, arreglos por debajo de la mesa con nuestra alma y pequeñas chispas de felicidad que podríamos haber dejado olvidadas si no fuera por el señalamiento de Verucchi. Claro que lo más importante aquí es que la trama transcurre durante los días en los que el Indio Solari dio su último recital, que reunió a más de 450.000 personas. Definitivamente la ciudad fue otra. Triplicada en todos los sentidos. Y al mismo tiempo, la Olavarría de siempre. Verucchi, con sagacidad, utiliza eso: el escenario de tres días con la ciudad dada vuelta.
Para terminar, con Tolstoi de la mano nuevamente, podríamos decir que, a la hora de narrar la ciudad, todos los novelistas felices se parecen y cada novelista infeliz lo hace a su manera.