A cuatro días de la muerte del Papa Francisco, la Santa Iglesia Católica se prepara para uno de los momentos más trascendentes de su historia contemporánea: la elección del nuevo sucesor de Pedro. Pero esta vez no se trata solo de una transición interna. No es un simple relevo eclesial. Lo que está en juego es mucho más que el rumbo del Vaticano: lo que se define ahora es el lugar de la Iglesia en un mundo desordenado, en crisis, en disputa abierta por el sentido mismo de Occidente.
El escenario ya no es el de un mundo unipolar dominado por Estados Unidos. Hoy vivimos bajo una tripolaridad inestable donde China, Rusia y un Occidente en decadencia compiten por liderazgo económico, militar, cultural y tecnológico. Pero mientras Oriente avanza con estrategia y unidad nacional, Occidente atraviesa una crisis profunda, y no solo económica: una crisis espiritual y antropológica.
Estados Unidos ya no es faro de libertad ni garante del orden global, si es que alguna vez lo fue. Su hegemonía se ha disuelto entre guerras sin fin, descomposición interna y una cultura del individualismo extremo que ha destruido los vínculos, vaciado el sentido de comunidad y mercantilizado la vida entera. El segundo Occidente, el de matriz anglosajona, ha llegado a su fin histórico, incapaz de ofrecer una respuesta real al sufrimiento del hombre moderno.
En este contexto, el combate no es religioso en el sentido tradicional. No estamos ante un choque de religiones abrahámicas. La pelea no es contra el judaísmo ni contra el islam. No es una cruzada. La verdadera lucha es política, y el adversario es el occidente materialista, tecnocrático, transhumanista, que ha insectificado al hombre, reduciéndolo a datos, algoritmos y consumo.
Francisco lo entendió. Por eso su papado incomodó. Porque no se limitó a custodiar ritos ni a vigilar dogmas. Salió al mundo, habló en clave geopolítica, denunció el descarte, enfrentó al poder financiero, caminó con los pueblos. Su pontificado no fue una disertación teológica: fue una estrategia pastoral con mirada histórica. Una pastoral del mundo real, no de los manuales y Biblias. Supo que el enemigo no está en el otro credo, sino en el corazón mismo de una civilización occidental que ha renunciado a su alma.
El próximo Papa, si la Iglesia quiere seguir siendo faro, deberá ser la continuación de Francisco. No por progresismo, sino por necesidad. Porque no alcanza con orar en latín: hay que pensar y actuar. Porque el mundo no se está jugando en los cielos, sino en la tierra, en las estructuras, en los modelos de vida, en los sistemas de poder que deciden qué vale una vida, qué sentido tiene el trabajo, qué significa ser humano.
Hoy el Vaticano no puede permitirse volver al encierro ni a la diplomacia vacía. Debe elegir un Papa con conciencia geopolítica, claridad teológica y coraje profético. Alguien que sepa leer la historia, que comprenda que salvar al hombre es, hoy, una tarea política. Y que entienda que, sin justicia social, sin redistribución del poder, sin defensa de la vida concreta de los pueblos, no hay espiritualidad que sobreviva.
La Iglesia no es ajena al mundo: es parte del mundo, y su deber es orientarlo sin servilismos ni neutralidades mentirosas. En un momento donde los algoritmos quieren sustituir a la conciencia y donde la ideología de mercado coloniza hasta las conciencias cristianas, el próximo Papa tendrá que ser un estratega del bien común.
Francisco abrió ese camino. Y no hay vuelta atrás.
Luis Gotte
Mar del Plata
Coautor de Buenos Ayres Humana I: La hora de tu comunidad (Ed. Fabro, 2022), Buenos Ayres Humana II: La hora de tus intendentes (Ed. Fabro, 2024), y en preparación: Buenos Ayres Humana III: La Revolución Bonaerense del Siglo XXI, las Cartas Orgánicas municipales.