Dr. Rogelio Ribes Escudero, médico oftalmólogo, especialista en córnea y superficie ocular. Jefe del equipo de trasplante de córnea del Hospital Alemán.
En el nivel mundial, unos 2200 millones de personas (casi un tercio de su población) tienen deficiencia visual o ceguera, de las cuales al menos mil millones poseen una carencia visual que podría haberse evitado o que aún no ha sido tratada.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los problemas más frecuentes son miopía (2600 millones de personas), presbicia (1800 millones), degeneración macular (196 millones), retinopatía diabética (146 millones), glaucoma (76 millones) y tracoma (2,5 millones).
Los que viven en zonas rurales, con bajos ingresos, y en países subdesarrollados son los que lo padecen. La discapacidad visual desatendida en regiones de bajos y medianos ingresos es cuatro veces mayor que en los países ricos, y la situación es especialmente grave en África subsahariana y Asia meridional.
Este año, el día mundial de la visión nos encuentra confinados y con los ojos pegados a una pantalla.
Por cierto, ya antes del brote de Covid-19, pasábamos más de 7 horas por día delante de las pantallas ya sea celular, televisor, computadora o tablet, y habíamos dejado de relacionarnos directamente con las personas para hacerlo de manera virtual. Esto se vio aumentado con la pandemia y, probablemente, siga así por los próximos meses.
Los efectos de estos equipos en los ojos se pueden dividir en tres: los que acontecen en las lágrimas y superficie ocular, los producidos por la luz emitida y los que repercuten en los lentes propios de los ojos.
En cuanto a la superficie ocular, hay que tener en cuenta que una persona parpadea entre 10-15 veces por minuto. Al realizar alguna actividad en donde se fija la vista de cerca, los parpadeos disminuyen a la mitad, por lo tanto, decrece la difusión de la lágrima sobre la superficie ocular ya que los párpados son los parabrisas de los ojos. En estos casos, también disminuye la producción de lágrimas, razón por la cual se genera un ojo seco.
El ojo seco es una patología cada vez más frecuente y afecta a una de cada 3 personas mayores de 40 años. Los tratamientos actuales se orientan a aumentar la calidad y cantidad de lágrimas. Se emplean desde gotas o aparatos de luz pulsada, que desbloquean las glándulas que las producen.
Respecto de la luz azul -conocida como visible de alta energía-, puede provocar cambios en el ojo. Aún no queda claro si la luz azul que emiten los dispositivos electrónicos es de suficiente intensidad para provocar daño retinal. Lo que sí se sabe es puede disminuir la síntesis de melatonina, la hormona inductora del sueño. Por eso, se recomienda no utilizarlos, al menos, 2-3 horas antes de dormir.
Por otro lado, el empleo de estos dispositivos genera un esfuerzo en el músculo ciliar, que es el encargado de realizar el enfoque de cerca. Al contraerse, aumenta las dioptrías de magnificación del cristalino, proceso conocido como acomodación. El problema es que se pasa tanto tiempo haciendo actividades de cerca que se genera un espasmo y contractura de este músculo, promoviendo visión borrosa transitoria y cefaleas en pacientes jóvenes. Es como ejercitar un mismo músculo en el gimnasio durante 8 a 10 horas por día, en algún momento se va a acalambrar. Por eso, la Academia Americana de Oftalmología sugiere que se adhiera a la regla «20-20-20»: cada 20 minutos, tomar un descanso de 20 segundos y ver algo a más de 6 metros.