El reconocimiento económico hacia los escritores por hacer un prólogo, la contratapa de un libro o presentarse en eventos literarios, se reaviva en estos días como un debate urgente y actual a partir de distintas manifestaciones que tuvieron lugar en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, como la difusión un tarifario presentado por la Unión de Escritores y Escritoras para que los autores puedan recibir una retribución ecuánime por su trabajo o el discurso de apertura de Guillermo Saccomanno, quien manifestó haber cobrado por primera vez por esa actividad y disparó críticas a la industria cultural y al rol de los editores.
La idea de que la creación de productos culturales, como los libros, está reñido con el dinero, y la falta de conciencia de que, como decía Roberto Arlt, el escritor es un trabajador y como tal merece una retribución justa por su trabajo, son algunos de los factores que tallan este panorama, agravado más aún, en tiempos críticos como el actual, debido a la guerra entre Rusia y Ucrania que pone en jaque las economías del mundo, lo que hace que la situación «sea crítica», señala Enzo Maqueira, vocal de la comisión de Prensa y Acciones de la agrupación de escritores.
«La industria editorial está organizada de tal modo que quienes generamos los textos -que dan trabajo, negocios y ganancias- somos los que siempre menos cobramos o no cobramos nada», afirma Maqueira, quien afirma que los autores dan «origen a una industria, y por eso tenemos que recibir nuestra paga justa y equitativa».
El escritor sostiene, en diálogo con Télam, que «muchas veces con esta idea de que hacemos cultura, que es arte o un bien para la humanidad, no nos queremos manchar con el dinero, o los que se aprovechan de eso que no quieren que nos manchemos, pero la verdad es que, como dijo Saccomanno, el ‘chino’ no se paga con prestigio, ni con arte, ni con cultura».
En ese esquema de producción de la industria del libro, Maqueira explica que «escribir un libro (novela, ensayo, libro de historia o infantil), puede llevar tres, cuatro, cinco años», luego se envía a una editorial «que paga el papel», y en ese engranaje intervienen «un corrector, correctora, diseñador, diseñadora, ilustrador y además se le paga a una librería. Hay un librero, un distribuidor que cobra, un periodista que tal vez cobra por reseñar el libro; todos cobran contra entrega de su trabajo, pero a los autores y autoras en el mejor de los casos nos dan un adelanto por presuntas ventas».
En el circuito de venta, el autor recibe «un 10 por ciento por cada libro vendido, mientras que la editorial se lleva un 20 por ciento, la librería un 40 y la distribuidora un 30 y en todos los casos tenemos que esperar que se venda el libro para cobrar, y además nos pagan cada seis meses», precisa y agrega que ese panorama se agrava aún más «en un país, como Argentina, debido a la inflación que tenemos, por lo que si cobramos a los seis meses, el precio de tapa ya se te devaluó».
«La relación con el dinero siempre es incierta, por lo menos en mi caso», dice a Télam el escritor Jorge Consiglio y admite: «No sé qué cobrar, porque internalicé esa cuestión de que hay algo vocacional en esta tarea que uno hace», por eso considera que la posibilidad de «que haya un nomenclador nos va a servir para posicionarnos frente a un evento transaccional que es el trabajo».
De acuerdo al tarifario presentado, por la escritura de un prólogo de cuatro páginas, el escritor deberá cobrar 8 mil pesos; por un informe de lectura de un libro de doscientas veinte páginas, 50 mil pesos; la corrección ortotipográfica y de estilo tendrá un valor desde 200 pesos por cada mil caracteres. Estos valores son los indicados en el caso de que quien contrate sea una institución; para los particulares las cifras son menores, explica Maqueira.
Si un medio o una editorial solicita un cuento corto, de no más de tres páginas, los autores pueden cobrar 7 mil pesos como mínimo; la reseña de un libro en un suplemento cultural, alrededor de 3 mil. El tarifario fija también el importe a cobrar para escritoras y escritores que trabajen como ghostwriters, una actividad muy frecuente en el colectivo: el importe fijado es de alrededor de 600 pesos para la investigación y posterior redacción de un libro de unas ciento cincuenta páginas, señala el autor de «Hágase usted mismo» e «Historias de putas».
Los prólogos, contratapas o presentaciones en ferias, «en el 90 por ciento de los casos se hacen gratuitamente, te lo piden de onda», dice Maqueira y señala que «cuando una editorial te pide un prólogo es porque considera que tu prólogo va a ser un argumento de venta más, entonces la pregunta es por qué no cobro por ese trabajo en el que invertí tiempo, conocimiento, puse en juego mi nombre, y sin embargo la industria editorial está habituada a que esos trabajos se hagan de manera gratuita».
La presentación del tarifario durante la Feria del Libro «tiene que ver con nuestro rol en la industria del libro, pero también con cambiar culturalmente ese rol: muchas veces nuestros compañeros no se sienten trabajadores o creen que si piden una paga por un prólogo, contratapa o cuento que les publican, son menos artistas, intelectuales o prestigiosos», sostiene Maqueira.
El autor insiste en que «hay una idea alrededor de todo eso que hay que desterrar, y nos pareció que la feria del libro como gran tribuna que es, tribuna política también, era el mejor lugar para buscar a escritoras y escritores que debían conocer que estamos armando este tarifario y también a editores para que supieran que a partir de ahora vamos a tratar de cambiar las cosas y tener reglas de juego mas claras y mas justas».
«El tarifario es una herramienta, y es mucho mas fácil ahora decir cobro de acuerdo al tarifario de la Unión de Escritores y Escritoras. Queremos que sea claro y recibir la paga que nos corresponde», afirma.
En otros tiempos, «la literatura era un terreno para unos pocos privilegiados que se dedicaban a escribir periódicamente, como Bioy Casares, las hermanas Ocampo, Mujica Láinez, escritores de clases altas, pero eso cambió mucho en las últimas décadas, porque las clases medias empezaron también a escribir. Roberto Arlt hablaba mucho del trabajo de escribir, el trabajo de los artistas, era un laburante», dice Maqueira dando un contexto a la situación.
«Hoy escribe gente de todas las clases sociales y entonces hay mayor conciencia de clase. Además se da un fenómeno: el mayor boom de ventas sucede con escritoras que vienen de espacios de invisibilidad, escritoras trans, del conurbano, gente que va a querer que le paguen correctamente porque necesita ese dinero para vivir», acotó.
Respecto de la relación de los escritores con los editores, Maqueira «lo calificó de «vínculo de mucha tensión», al explicar que «un escritor necesita del editor para visibilizarse, y un editor del escritor para darle vida a su negocio. El tema es que si voy a una reunión de editores y pregunto quienes viven de sus libros, es probable que el 90 por ciento levante la mano, si hago lo mismo en reunión de escritores, es probable que levante la mano un diez o 20 por ciento como mucho. Entonces ahí hay un problema».
Los editores «tienen un negocio que aunque no funcione del todo bien y las ganancias no sean exorbitantes no deja de ser una industria con locales, empleados, e inversión y distribución. Entonces ¿por qué los autores somos la primera variable de ajuste con solo el 10 por ciento?», se pregunta y afirma: «si somos recursos humanos que nos paguen de acuerdo al trabajo, si somos socios no quiero ser estafado».
Sobre esta cuestión, Consiglio opina que «es cierto que el 10 por ciento parece poco», al explicar que en su caso, publica «en editoriales medianas o chicas, no en corporaciones, con lo cual mi relación con los editores es más próxima, siento que hay un respaldo y un amparo, me siento bien en las casas que publico. Por ejemplo, en Eterna Cadencia y en Conejo, una editorial mediana y una chica en Argentina y son absolutamente puntuales con las liquidaciones, cada seis meses. Y, con Charco Press, afuera, pasa exactamente lo mismo».
Por otra parte, el autor de «Sodio» reconoce que la publicación «da una visibilidad, un movimiento» que genera «trabajo subsidiario que uno tiene en cuenta a la hora de publicar».
En este esquema de reclamos, Maqueira agrega que junto a los autores están «luchando por una ley del libro y una jubilación para escritores para que haya un trato mas ecuánime entre las partes».
Fuente: Cablera Télam