Imaginemos un Puerto petrolero sobre un humedal. Es un Puerto cuyo lema es el crecimiento. Un Puerto que crece. Pero para ello necesita aumentar sus hectáreas. Y no hacia cualquier lugar, sino más precisamente hacia la costa, en línea con el canal principal, por donde transitan sus embarcaciones. Justo allí donde comienza el humedal, zona de cangrejales.
El cangrejo cavador es el ingeniero de este ambiente, además de ser alimento de especies endémicas. Los túneles que cava minuciosamente en el lodo barroso impiden que éste se endurezca y crea las condiciones para la vida de otros crustáceos, gusanos, moluscos. Todo un mundo acuático aplastado por el asfalto empresarial solo para ganar hectáreas que les permitan transportar la sangre negra, el petróleo, secuestrada de la tierra y proveniente de otras especies extintas, que ni siquiera dejamos descansar en paz. Extraemos hasta la última gota de la flora y fauna, viva o muerta.
Como todo Puerto petrolero existen condiciones internacionales que requieren que sea un Puerto Sustentable. Para garantizarlo buscan entre la comunidad cercana aquellos ambientalistas que estén dispuestos a ofrecerles una mano. En general ad honorem aunque también se les agradece la gestión con algún subsidio para sus investigaciones, publicaciones o actividades ecoambientales y comunitarias. A ellos les “consultan” algunas de sus decisiones, para hacerlos sentir parte. Resulta atractivo para algunos ambientalistas que el conglomerado empresarial los escuche. O eso es lo que creen.
Así entonces si los empresarios necesitaran más hectáreas para sus actividades portuarias y esto implicara asfaltar cangrejales, es deseable tener algún acompañamiento ambientalista. Y ahí empieza la operación.
Imaginemos un posible escenario. A los portuarios sus cuentas les dicen que con asfaltar 40 hectáreas de cangrejales, sería suficiente, para las ganancias en dólares que no pueden perder, pero deciden probar presentándoles a sus asesores voluntarios la necesidad de 60 hectáreas. A sabiendas de que no van a estar de acuerdo. Los ambientalistas caen en la trampa y sugieren bajar a 50, convencidos que están defendiendo algo. Los empresarios les dirán, como a regañadientes, ocultando la sonrisa socarrona, que está bien. Que bajarán las hectáreas siguiendo sus recomendaciones. De esta manera lograron dos cosas: aumentar el impacto a 50 hectáreas, de las 40 que originariamente requerían, (les viene bien por las dudas) y en segundo lugar mantener al equipo de “asesores ambientalistas” contentos, haciéndoles creer que salvaron 10 hectáreas, cuando en realidad contribuyeron a sacrificar 50.
Otro escenario podría ser que los ambientalistas funcionales saben cómo es el juego y se prestan a sabiendas, bajo el argumento de que las zonas de sacrificio, son cada vez más necesarias, en función de un desarrollo (in)sostenible.
Así miles de cangrejos, poliquetos, moluscos, el alimento que ya escasea de aves, peces y mamíferos acuáticos, serán aplastados por la maquinaria portuaria bajo la mirada atenta de los ambientalistas, que voluntariamente se prestan a estar del otro lado de la vereda. Solo por el gusto de pertenecer y bajo la ingenua idea (o tal vez no tanto) de que el sacrificio valió la pena.
Al final el humedal será reducido a su mínima expresión y en él agonizarán los delfines franciscanas, las tortugas marinas, los escualos y toda diversidad de peces. Lo harán en silencio sin importarle a nadie, mucho menos a los ambientalistas funcionales, que se quedan con la idea de que hicieron lo que pudieron. Morirán invisibilizados bajo las aguas turbias del estuario y el asfalto portuario, empresarial y petrolero, casi sin que nos demos cuenta, porque ojos que no ven corazón que no siente.
Prof. Patricia González Garza
Presidente de Sílice 14.8- ONG conservacionista
Educadora Ambiental
Ong_Silice
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