Miguel Ángel Rivera, el oriundo de Darwin que supo brillar como arquero de Olimpo, contó detalles de su otra pasión, la peluquería, y como esto lo puso en contacto directo con la estrella que se nos acaba de ir.
El nacido en Darwin, Río Negro, Miguel Ángel Rivera puede ser varias cosas, pero a sus ojos, lo primero en la lista es “que soy un tipo afortunado”.
En una entrevista con Tiempo Educativo, mencionó que “a los 7 años mi familia se radicó en Bahía Blanca porque mi papá era ferroviario. Mi primer deporte fue el básquet. Jugó en Argentino. Después me pasé al fútbol de Olimpo y a los 17 años me transfirieron a Arsenal de Sarandí”.
Siguiendo en esa introducción, acotó que “al año conocí a mi señora, me casé y me quedé acá. Estudié peluquería en Bahía, así que cuando concentrábamos le cortaba el pelo a mis compañeros. Puse una peluquería a la par del fútbol. Cuando dejé el fútbol en el 88 me fui directamente en la peluquería y me quedé ahí. Hasta el día de hoy vivo de eso. La tengo en la zona de Recoleta”.
Allí apareció uno de los latiguillos recurrentes en la charla: “Siempre digo que tengo mucha suerte”. Y acto seguido, argumenta con uno de los tantos hechos que vivió, ese dote distintivo.
“Jugábamos la final del torneo de Bahía entre Olimpo y Pacífico. Iban 10 minutos. Agarro la pelota, pateo de arco a arco, pica la pelota, lo pasa al arquero y gol. No sabes lo que fue. Ese día ganamos 5 a 2. Fue de los últimos partidos porque a la semana fueron de Buenos Aires a comprarme”.
En otro pasaje de la nota comentó que “la peluquería hoy tiene 17 empleados. Vienen todos los famosos. A una cuadra y media está el Ministerio de Seguridad. Los atendimos a todo. Hasta hace poco atendía a Patricia Bullrich”.
Una vez más reconoció que “soy un tipo muy feliz. Soy un afortunado. Por todo lo que tengo, lo que hice, lo que logré… por el pueblito chiquito de donde salí y voy seguido, lo mismo que Bahía Blanca”.
Por último, y dedicándole un afectuoso apartado, admitió que “Carlitos Balá era pura bondad. Cada vez que venía te alegraba la vida. Cantaba toda la gente, les hacía hacer sketch a la gente que venía, disfrazaba a las clientas. Es el reflejo de lo que fue. Él se hizo querer siempre. Cada 20 días venía a que le retoque el pelo. Pelo natural, nada de tintura”.
“En la pandemia no salió más. Se encerró en su departamento y cada vez le costó más salir. Yo le iba a cortar a la casa. Pero ni ganas de afeitarse tenía. Era un tipazo. Puro corazón” concluyó.