En la Provincia de Buenos Aires hay un montón de lagunas, pero seguro que no hay otra como la de Tornquist, dónde hay duendes que bailan con las aves entre los juncos y yo me sé una historia de un duendecito muy particular, que se llama Elías.
Elías vivía con su familia y cientos de duendes más en el bosque encantado, a un kilómetro de la playa. Los duendes jamás andan donde hay gente, por eso es tan difícil verlos, pero Elías siempre fue un duende curioso que se escapaba de su bosque y se acercaba a ver cómo la gente se bañaba y disfrutaba mucho mirando a los nenes jugar en la arena. Un día se quedó hasta la tardecita y aprovechando que no quedaba tanta gente se acercó entre los matorrales de juncos para verlos más de cerca y fue en ese momento que de golpe se encontró con dos garzas y una gaviota, “Uhhh, van a creer que soy un bicho y me van a comer!” pensó Elías, así que rápidamente y muy astuto improvisó un baile, empezó a agitar sus manos y sus piernas al son de una cumbia imaginaria. Muy grande fue su sorpresa al ver que esos enormes pajarracos empezaron a moverse como si también bailaran al ritmo de esa música que sonaba solamente en su imaginación, y más se entusiasmó cuando fueron muchas más la aves que se acercaron y se sumaron al baile y lo que empezó como una estrategia para salvar su vida, terminó siendo toda una noche de bailes y risas.
Cuando ya todos estaban cansados se fueron a dormir pero antes, en un momento de silencio, una gallareta dijo, “yo soy muy amigo de un carpincho que se llama Alejo y toca el violín” a lo que se sumó una cigüeña diciendo… “en Pelicurá vive un primo mío, Raúl, que es un genio del acordeón” mientras sacudía sus largas patas cansadas de tanto baile. Y es así que muchos de los que disfrutaron esa fiesta improvisada siguieron sumando amigos y parientes músicos y para unas pocas noches después ya se había armado un enorme fiestón con una orquesta compuesta por más de veinte instrumentos que eran tocados por los más diversos bichos. Esa primera fiesta que armaron fue mágica! No sólo por la música sino que estaba todo tan organizado que también había dos sapos locutores, Roberto y Miguel, que con sus gargantas bien infladas animaron toda la noche con dedicatorias y sorteos.
Elías siempre se vestía bien para los bailes, usaba trajes de colores y nunca usaba la misma ropa en cada noche de fiesta, pero eso sí, cualquiera sea la ropa que se pusiera, siempre usaba un sombrero de paja, era grande, tenía todo el borde desflecado y se puede decir que era medio feo, pero había un motivo por el cual siempre usaba ese sombrero, había sido de su abuelo Ceferino, que se había ido al cielo de los duendes cuando él era muy chiquito pero que se lo había dejado de herencia para que lo usara cuando él sea grande.
Noche tras noche los bailes se fueron haciendo cada vez más grandes, los sábados por lo general venían bichos de todos lados, una vez hasta vinieron dos gaviotas que dijeron todas agrandadas que venían del mar, pero como la fiesta era muy lagunera se hicieron las aburridas y se fueron sin que nadie les diera bolilla.
Durante ese verano, todas las noches hubo baile, Elías se iba a la tardecita a la playa, disfrutaba ver a la gente divertirse en el agua y esperaba a que cayera la noche para que empezaran los bailes que ya se habían hecho famosos en toda la zona.
Hubo fiestas hermosas hasta la noche del sombrero. Nadie se quiere acordar de ese momento, todavía todos se ponen tristes con ese recuerdo. Era una noche hermosa de enero, aún se veía un poquitito de naranja en el horizonte, eran como pedacitos de sol que no querían irse sabiendo que se acercaba la hora donde toda la playa de la laguna de Tornquist se convertía en fiesta y alegría. Ya tenían todo organizado para que empiece otra gran noche, los sapos locutores ya estaban inflando su garganta para empezar a animar la velada, cuando de repente vino eso, nadie entendía lo que estaba pasando, un estruendo enorme paralizó a todos, una lancha inmensa pasó muy cerca de donde estaban todos, lo peor vino después, varias olas enormes arrasaron con todo, en pocos segundos, todo era un desparramo de bailarines, instrumentos y guirnaldas de florcitas de la laguna que siempre hacían los pejerreyes para dejar bien lindo el lugar. Obviamente nadie se ahogó, todos estaban acostumbrados a andar en el agua, salvo Elías que si bien ya había aprendido a mantenerse en el agua saltando de junco en junco y además siempre se las ingeniaba para bailar en la parte donde el agua está bajita. Pero esa noche las olas lo sorprendieron estando bien adentro, agarradito de una totora pero que con la fuerza de las olas se cayó y se hundió en el agua, cuando ya estaba asustado, confundido y casi a punto de ahogarse fue un alivio enorme cuando sintió que algo lo levantaba y lo sacaba del agua, era un biguá, negro, enorme, que con su pico lo enganchó de los tiradores del jardinero rojo que tenía puesto y con el que había llamado la atención de todos esa tardecita.
Ya pasado el gran susto y cuando descansaba en la arena de la orillita se dio cuenta de algo terrible, ¡en todo ese lío había perdido el sombrero de su abuelo Ceferino! Enseguida trató de volver al lugar donde lo había perdido pero ya era tarde, como el sombrero era de paja se había mojado y se fue al fondo de la laguna, vaya a saber dónde estaba! Todos los animales esa noche buscaron el sombrero de Elías, que estaba muy triste por lo que había pasado y a medida de que pasaban las horas se daba cuenta que iba a ser muy difícil recuperarlo.
Esa noche no apareció, tampoco al otro día ni en los otros días que vinieron, todos estaban tristes por Elías y desde esa noche del susto ya no hubo bailes, es muy difícil bailar cuando uno está triste. Hubo un día en el que nuestro duende se dio por vencido y dejó de buscar su sombrero, ese que había sido de su abuelo y que estaba hecho con pajitas de un bosque encantado, lleno de duendes, que está entre dos montañas que siempre tienen sus picos nevados, cerca de Bariloche.
Nunca más los animales de la laguna de Tornquist volvieron a organizar bailes, no tenía sentido sin Elías, que tampoco volvió a visitar la playa para mirar a los nenes jugar con la arena, su mamá Guillermina intentó de todas las maneras posibles que vuelva a ese lugar que era algo que lo hacía tan feliz. Fue en vano que todos los animales de la laguna vayan a visitarlo al bosque y traten de convencerlo de que vuelva a la playa, ni siquiera cuando le llevaron un sombrero muy parecido al perdido que lo habían hecho dos bandurrias con unos yuyitos hermosos que crecen debajo del espigón.
Desde ese día las garzas, gaviotas, gallaretas y todas las aves de la laguna andan entre los juncos, despacio, a las zancadas, mirando para abajo, buscando el sombrero de paja de Elías para poder ir a devolvérselo y que deje de estar triste y de esa manera que vuelva a la playa de Tornquist, a bailar todas las noches, en esa laguna hermosa donde dicen que las noches de verano, sin viento, si te quedás quietito sentado en la orilla y mirás para el lado de los juncos también se alcanzan a ver a algunos duendes, saltando de varita en varita, buscando el sombrero de Elías, mientras todos sueñan que vuelven esos hermosos bailes.
Ezequiel de Pelicurá.
(Un cuento infantil inspirado en un lugar mágico de nuestro hermoso Distrito de Tornquist y en los duendes que trae a la vida Guille Mutti Duendes de las Sierras.)