Es una cría de delfín franciscana, una especie en riesgo de extinción, que aún no sabe de peligros. Pero esta vez se anima a buscar el alimento sola y lo presiente ahí, en una red de pesca. Queda enredada. El agua invade sus pulmones, no entiende lo que pasa. Su madre, intenta ecolocalizarla, pero es tarde, murió ahogada, en esa red.
La espartina y el jume juegan con el viento, en el Estuario de Bahía Blanca. Cuidan que el cangrejo cavador pueda colonizar en terrenos más elevados para cumplir con su tarea: oxigenar el barro lodoso y así dar lugar a la existencia de otros organismos. Pero el petróleo derramado en el estuario, debido a un “error”, empieza a avanzar. La espartina lo enfrenta, protegiendo al jume para que no lo lastime, tal vez lo logra en el primer derrame. Pero a las dos semanas se produce otro, luego otro y luego otro. Son demasiados “errores”. Finalmente se rinden. No pueden contra ese viscoso elemento. Caen en las tareas de “remediación” cuando son arrancadas de raíz.
La mayoría de las especies se encuentran impactadas por actividades antrópicas (contaminación, diversos extractivismos, introducción de fauna y flora exótica, entre otras) que contribuyen a su extinción. El avance de este extermino es tal, que hasta se produce en las Reservas Naturales lugares creados para su protección.
Frente a este panorama se hace urgente una pedagogía que enseñe a cobijar, cuidar y proteger a la biodiversidad. Una pedagogía que enseñe a no lastimar.
El historiador Yuval Harari recrea todo un escenario de la humanidad, explica que hemos desarrollado una cultura humana basada en mitos, leyendas y creencias ficcionadas. Bien podríamos haber conformado un mundo humano totalmente diferente.
Nos hemos organizado en redes de cooperación: naciones, religiones, corporaciones, bancos. Y todas existen a partir de relatos ficcionados: “una religión tiene éxito si sigue al pié de la letra los mandamientos divinos, una nación es gloriosa si promueve el interés nacional y una empresa prospera si gana muchísimo dinero” (Harari, 2023), pero el relato que sostiene estas redes humanas es una ficción construida, basado en entidades que existen solo porque confiamos que están ahí: un dios, una nación y hasta el dinero que ya ni siquiera usamos físicamente.
Aquí es entonces cuando Harari se pregunta: ¿Cómo diferenciar la ficción de la realidad? Y la respuesta es dramática: se puede saber cuándo una entidad existe “si puede sufrir”.
Si un banco quiebra, sigue el autor, el banco (como entidad creada en nuestras mentes) no sufre. Si un país pierde una guerra, el país no es el que sufre, sino el soldado que fue herido en esa guerra. Si el euro pierde su valor, el euro no sufre, en todo caso lo harán la enorme población de nuestra tierra que no tiene qué comer. El banco, la guerra, el euro, son entidades ficcionadas que llamamos cultura.
También hemos construido un imaginario de la “naturaleza viva”, gracias al relato del ambientalismo, que recrea a los delfines saltando felices sobre el agua, cuando en realidad la mayoría mueren ahogados en las redes de pesca y son devueltos al mar como descartes.
Necesitamos una pedagógica que pueda diferenciar la ficción de la realidad, conectar con el sufrimiento y enseñar a no lastimar.
La punta del iceberg
Un ejemplo de las ficciones que construimos es la pesca, que en nuestro imaginario es una actividad noble. Si alguien dice “voy a pescar”, le deseamos que pase un buen día. Pero si otro cuenta que ayer cazó dos ciervos, nos anida una suerte de opresión imaginando a “bambi” sufriendo bajo la escopeta del cazador. Porque la historia de un bambi, que solo existe en una ficción hollywoodense, nos conmueve más que un pez, que a pesar de que no vemos a simple vista, existe y es real, allí bajo el agua.
Los peces también sufren. Sánchez Tellechea, a quien llaman “el hombre que escucha a los delfines”, es un zoólogo uruguayo, especializado en bioacústica y biología marina. Él sabe que existen peces que emiten sonidos agónicos cuando están atrapados en las redes de pesca. Y lo sabe porque escuchó ese sufrimiento.
¿Esto significa ponernos en contra de la actividad pesquera?
Sabemos que muchas especies matan para alimentarse. La orca al lobo marino, el ave rapaz a reptiles, peces y huevos, los pumas se alimentan de zorros, entre otras presas. Sin embargo no necesitan exterminar toda una especie para sobrevivir. Solo los humanos hacemos eso, a través de actividades extractivistas que se basan en el exterminio.
No cazamos ni pescamos para comer o para garantizar nuestra supervivencia. Los productos de la caza y de la pesca para el extractivismo, no son solo alimento, ni especies vivientes y sufrientes, sino que sobre todo son considerados mercancías.
Y ni hablar de los monocultivos que descartan especies nativas reduciendo la diversidad biológica.
La representación de la “naturaleza viva” se ha perdido en el paradigma del desarrollo sostenible y ambientalista. Es necesario rescatarla.
El anzuelo desarrollista
La Educación Ambiental nació bajo la estrella del desarrollo sostenible, gestado en la Conferencia de Estocolmo en la década del 70. A partir de ese mandato y desde hace 50 años lleva adelante prácticas tendientes a una sensibilización con la naturaleza que no movió la aguja en términos de conservación.
Es que esa era la idea. El desarrollo, que en realidad estaba pensado como crecimiento ilimitado, ya estaba decidido. Lo sostenible fue el anzuelo para convencer a los conservacionistas.
El modelo del desarrollo sostenible no solo fracasa en encontrar soluciones a los problemas ambientales, sino que “facilita que se instalen” y la Educación Ambientalista contribuyó bastante en ello, con su prácticas dedicadas a:
- Sensibilizar a las comunidades con sus ecosistemas (los empresarios parecen no formar parte de la comunidad).
- Organizar limpiezas de playas, costas (sin reclamar a quienes ensucian).
- Propiciar el disfrute de las pocas costas que nos quedan, (los restos) sin cuestionar demasiado las que nos quitaron.
- Aplaudir y premiar los dispositivos, como centros/estaciones de rescate de fauna silvestre, sostenidos económicamente por los mismos que producen la afectación.
Urge desnaturalizar estas prácticas y levantar el manto que oculta el sufrimiento ambiental. Conectar con él para enseñar a no lastimar.
El desarrollismo llama a esto generar “ecofobia”. Otro mandato para que no hablemos de la agonía, del sufrimiento y de las heridas que le infligimos a la naturaleza.
Hacia una pedagogía de la ecoalteridad
La pedagogía es la ciencia que tiene como objeto de estudio el hecho educativo, en función del recorte seleccionado del conjunto de saberes. De acuerdo al contexto histórico existen diferentes pedagogías como representaciones del mundo educativo.
La pedagogía de la alteridad, con un gran surgimiento en España, está definida como la relación con los otros, es decir las formas en que entendemos al otro, lo reconocemos y nos relacionamos respetando sus singularidades. Y esa forma de relacionarnos no es “desde una situación de poder, ni de dominación, sino de acogimiento” (Vallego Villa, 2014). Según Carlos Skliar es un modo de estar en el mundo con el “otro” porque sin ese otro no habría vida humana.
En este sentido es que planteo el concepto de EcoAlteridad donde el otro sea la naturaleza viva, con la cual podamos, de la misma manera que se propone en el párrafo anterior, relacionarnos desde una situación de acogimiento respetuoso y no desde el poder antropocentrista, porque sin ella tampoco habría vida humana.
Para ello propongo desarrollar una Pedagogía de la EcoAlteridad, como dispositivo educativo que permita entender (no solo informar) la situación de la biodiversidad, reconocerla (el cómo, quedará para otro análisis) y relacionarse con ella saliendo de la visión antropocentrista.
Una Pedagogía de la EcoAlteridad que supere el objetivo de la Educación Ambientalista de “sensibilizar” a las personas con la naturaleza. Que proponga una enseñanza de competencias para construir una visión consciente, sintiente pero activa, de la situación de las diversidad de vida en el ambiente natural. Con un carácter significativo que colabore a que los educandos construyan su propio organigrama de las diferentes responsabilidades (individuales, institucionales, estatales) del daño a la naturaleza causado, para decidir qué papel desean asumir.
Una pedagogía que migre del discurso mercantilista, que entiende a la naturaleza como recurso, patrimonio, capital, bienes comunes o un servicio ambiental y la rescate del secuestro del desarrollismo, indiferente a la agonía de las especies.
Que la salve de la Educación Ambientalista que solo nos está anestesiando, adormeciendo, haciéndonos creer que vivimos en el mundo feliz de Aldous Huxley, y con ello es parte del relato que favorece al extractivismo.
En definitiva formulo esta Pedagogía de la EcoAlteridad, con un marco teórico proteccionista, acogedor, hospitalario, empático, con la naturaleza viva, pero consciente del sentir y del hacer e incluso del no hacer. Cuyo posicionamiento ético sea el de enseñar a cuestionar. Para que desde la potencia y no desde la impotencia se le devuelva a la naturaleza su lugar, su derecho a existir sin tener ninguna necesidad de justificarse ante nosotros por ello.
Pero que su finalidad esencialmente pedagógica, sea la de enseñar a no lastimar.
Prof. Patricia M. González
Diplomada Superior en pedagogía de las diferencias
Especialista en Práctica Docente
Experta en el desarrollo de Programas de Educación Ambiental en Áreas Naturales Protegidas