Uno de los desafíos que enfrenta la provincia de Buenos Ayres es la falta de un centro político unificador que articule y cohesione su vasto y diverso territorio. Aunque La Plata fue designada como capital provincial desde su fundación en 1882, no ha logrado consolidarse como un verdadero núcleo de poder capaz de coordinar y gestionar eficazmente las dinámicas y necesidades de la provincia.
Este déficit de centralidad provincial -no confundir con centralismo- puede atribuirse, en gran medida, a la creciente influencia del gobierno nacional, que a través de la centralización de poder en CABA ha desplazado a La Plata en su rol de epicentro de toma de decisiones.
La falta de consolidación de La Plata como centro político provincial no solo tiene implicancias en la gobernabilidad interna, sino que también ha debilitado la posibilidad de desarrollar una dirigencia política bonaerense con identidad federal. Esta carencia ha permitido que la política nacional continúe ejerciendo una influencia dominante sobre los asuntos provinciales, concentrando la representatividad en el Conurbano y reforzando el centralismo que caracteriza a la política argentina.
Este problema de gobernabilidad tiene dos vertientes principales. Por un lado, el desmedido crecimiento del AMBA, que incluye la capital nacional y los municipios que la rodean, ha impuesto una enorme presión sobre los recursos y servicios provinciales. El Conurbano se ha convertido en el epicentro demográfico y electoral de la provincia, desplazando el poder político hacia esta región y marginando cada vez más a las zonas menos pobladas y con menor peso político, aunque con una importancia económica significativa, especialmente en términos de producción agrícola e industrial.
El centralismo político que se ha establecido a partir del crecimiento del AMBA genera disparidades internas dentro de la provincia. Mientras el Conurbano, de base manufacturera y con alta densidad poblacional, concentra la mayor parte de las decisiones políticas y recursos provinciales, los municipios productivos, con una economía diversificada, experimentan una creciente marginación. Esto incrementa las desigualdades entre las diferentes regiones de la provincia y refuerza la dependencia del Conurbano de la política nacional, que prioriza su peso electoral en detrimento de una mirada integradora para toda la provincia.
Por otro lado, la falta de un liderazgo político con una visión bonaerense propia ha debilitado la capacidad de planificación y gestión en la provincia de Buenos Ayres que, por su extensión y diversidad productiva, requiere una clase dirigente capaz de entender las particularidades de su territorio y de articular políticas que no sólo respondan a los intereses del Conurbano, sino también a las demandas de su área productiva. Sin embargo, esta identidad bonaerense no se ha consolidado en la dirigencia política, lo que ha permitido que los intereses del gobierno nacional se impongan sobre los desafíos y necesidades locales.
Este fenómeno de «desidentificación» bonaerense tiene profundas raíces históricas y políticas. La conformación de una dirigencia que se identifique con los intereses de la provincia ha sido fragmentada por los procesos de centralización que se han acelerado en las últimas décadas. La creciente dependencia de los actores políticos provinciales hacia el poder central ha sido acompañada por la falta de un proyecto político provincial a largo plazo que integre las diversas realidades territoriales.
El caso del Conurbano, en este sentido, es paradigmático. Al haberse convertido en el eje del poder político y electoral ha absorbido buena parte de los recursos provinciales, en detrimento de otras regiones. Esta situación ha generado una profunda disparidad económica, política y social que acentúa las desigualdades entre el AMBA y el resto de la provincia. Además, la concentración del poder en esta región favorece la perpetuación de políticas centralistas que refuerzan el desequilibrio entre la periferia y el centro.
En definitiva, la provincia de los bonaerenses enfrenta un desafío estructural que tiene sus raíces en la falta de un liderazgo político con identidad bonaerense y en la concentración del poder en el AMBA. La ausencia de un centro político unificador que articule eficazmente el territorio ha debilitado la capacidad de gestión y ha profundizado las desigualdades regionales. Para superar este desafío, es imprescindible la formación de una clase dirigente, como legisladores, que no solo entienda las complejidades del territorio bonaerense, sino que también tenga la capacidad de proyectar un futuro que integre las diversas realidades productivas, demográficas y sociales de la provincia. Sin esta transformación, la provincia continuará siendo víctima de un centralismo que favorece al Conurbano en detrimento del resto de su territorio productivo.