En este agitado escenario del S.XXI nos encontramos en un momento en el que el individualismo y el egoísmo avanzan a pasos agigantados, reduciendo la esencia humana a un mero bienestar material, sin considerar lo que sucede a nuestro alrededor. A excepción de un reducido grupo de amigos y familiares, se percibe al resto de la comunidad como enemigos. Todo esto ocurre en medio de una batalla cultural que, aparentemente, no estamos comprendiendo.
La referencia a una batalla cultural no se manifiesta en una confrontación armada o física, sino a una lucha de ideas y valores que tiene lugar en el ámbito de la cultura y la educación. Nuestra comunidad nacional está formada por un conjunto de mentalidades y creencias sostenidas por ideas, valores y convicciones compartidas que nos proporciona una identidad colectiva y una visión del mundo común. Es lo que nos hace ser argentinos, y no cualquier otro país. Esta ideología del pueblo, en contraposición a lo que se gesta en laboratorios académicos europeos como el liberalismo y el progresismo o Socialismo S.XXI, es la que nos constituye en una Nación con una organización política, social y cultural.
Deconstruir, demoler metódica y organizadamente algo para darle una nueva estructura es la nueva estrategia de la colonialidad, para reemplazar nuestros valores y creencias por un nuevo relato fragmentario y rupturista en el que se imponen corrientes tribales como el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, el indigenismo, el anarquismo, el internacionalismo, lo antinacional, el antihispanismo, el antifederalismo, entre otros. Estos colectivos proponen formas de organización social, política, económica y cultural en las que el sentido de comunidad nacional se diluye con el globalismo.
Estamos ante un escenario que busca generar una conciencia fragmentada, centrada en minorías, que termina siendo funcional a los intereses de esta nueva colonialidad. Como resultado, esta lucha de identidades se desarrolla en el terreno de la educación, la cultura y la comunicación, con el propósito de inculcar una mentalidad que priorice el bienestar individualista por encima del colectivo nacional.
De esta manera, se pretende infundir valores fundamentados en el egoísmo, el individualismo, la falta de solidaridad y la indiferencia en la construcción de la ciudad del globalismo. Para lograrlo, se busca impulsar un cambio en el comportamiento de las personas como parte de un proceso político y social impuesto y aceptado como única opción válida para una vida en libertad individual, sin preocupación por nuestros semejantes.
Todo este desarrollo surge desde una estrategia de Ingeniería Social para desplegar estos dispositivos de falsificación. La ingeniería social, dentro del campo de batalla cultural, se refiere a la manipulación de ideas, creencias y emociones de las personas, con el fin de promover una determinada agenda política e ideológica. Evidentemente, esta estrategia se basa en la comprensión de cómo funciona la psicología de nuestro pueblo y cómo influir en ella para lograr cambios científicamente determinados y controlados.
Esta ingeniería busca implantarse en la percepción de la realidad de las personas, utilizando técnicas como la propaganda, la desinformación, la manipulación emocional, la censura, la ridiculización de posturas contrarias y otras tácticas similares. El objetivo es moldear la opinión pública y promover determinados valores, creencias o visiones que beneficien al poder colonialista.
Para enfrentar esta Guerra Cultural se requiere del compromiso de todos para fortalecer la educación que promueva valores solidarios, sentido de pertenencia y responsabilidad hacia el bienestar de las mayorías, formando buenos argentinos que cuestionen los relatos establecidos y busquen alternativas más justas y humanas, siendo capaces de resistir a cualquier intento de fragmentación.
En última instancia, esta Guerra se convierte en una batalla por la preservación de nuestra identidad colectiva y valores compartidos que constituyen nuestra comunidad nacional organizada, comprometida con la justicia, la libertad y la solidaridad.
Por último, recordaremos al sevillano Antonio de Nebrija, padre de la gramática castellana, quien sostenía hace ya 500 años que las palabras son más que simples herramientas comunicativas; son los cimientos del pensamiento y la cultura. Y la gramática es el arma contra la ignorancia y el estancamiento en el conocimiento, convirtiéndose así, las palabras y sus normas y reglas para hablar y escribir, en un medio para romper las cadenas de la subordinación y la opresión, al permitir a las personas expresarse con claridad y convicción.
No obstante, el proceso colonialista está trabajando para despojarnos de las palabras y mantener este régimen de subordinación. Hoy nos están imponiendo una forma de hablar que no solo está desvalorizando y marginando nuestra lengua castellana, sino que al desconocerse las terminologías no podemos comprendernos. Sin comunicación no hay unidad de concepción, que es lo que permite a las mayorías actuar en unidad de acción y, de esta modo, frenar los intentos de fracturar, embrutecer e insectificar a nuestro pueblo.
Luis Gotte
La pequeña trinchera
Co-autor de “Buenos Ayres Humana, la hora de tu comunidad” Ed. Fabro, 2022
Mar del Plata
D.N.I. 20041255