“Juráis por Dios Nuestro Señor y esta señal de hacer, promover y defender la libertad de las Provincias Unidas en Sud América, y su independencia del rey de España Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y derechos hasta con la vida, haberes y fama? Si así lo hicieras Dios os ayude, y si no, él y la patria os hagan cargo”
(Jura de la independencia por los congresales de Tucumán)
La independencia argentina, que de hecho se inició en 1810, en el derecho se afirmó en 1816 por obra del Congreso de Tucumán.
De acuerdo al Estatuto de 1815 fueron invitadas a concurrir al Congreso todas las provincias por medio de sus representantes, incluyendo los que dependían de Artigas, pero éstas rechazaron la invitación; Córdoba, que hasta ese momento respondía a Artigas, no las imitó y eligió su diputación.
El jefe oriental intentó reunir un congreso de representantes de las provincias adictas, pero la invasión portuguesa lo hizo fracasar.
Como sede del Congreso fue elegida la ciudad de Tucumán, lugar equidistante de todas las provincias y donde sesionó hasta principios de 1817. Entonces fue trasladado a Buenos Aires porque las graves dificultades internas y externas hacían necesario que actuase junto al director.
Las sesiones del Congreso se inauguraron el día 24 de marzo. El primer presidente (se renovaba mensualmente) fue el doctor Medrano, y los secretarios fueron Paso y Serrano.
Bajo la sugestión de Fray Justo Santa María de Oro, el Congreso declaró a Santa Rosa de Lima, patrona de la independencia de América y dispuso que se recurriera al Sumo Pontífice para su confirmación.
El Congreso realizó una múltiple labor porque fue constituyente, legislativo, electoral y actuó en problemas judiciales. Su obra más trascendente fue declarar la independencia.
Cuando llegó a Tucumán la renuncia de Älvarez Thomas, se resolvió nombrar un nuevo director propietario. Las opiniones estaban divididas en cuanto al candidato, pues se propiciaba el nombramiento de Belgrano, San Martín, Pueyrredón y José Moldes, temido por ser decididamente enemigo de Buenos Aires y demasiado vehemente para dirigir el país en circunstancias tan críticas.
Se suponía que Guemes apoyaría esta candidatura, pero el caudillo salteño aseguró que sus diputados apoyarían a Pueyrredón, porque era el hombre sereno y poseedor de las cualidades necesarias para gobernar en esos momentos.
La mayoría de los diputados se inclinaron por San Martín, pero los representantes de Cuyo se opusieron a su elección, porque de ese modo no podría cumplir su plan emancipador.
Finalmente se eligió a Pueyrredón el 3 de mayo de 1816, por 23 votos contra 2, y se cursó nota al director interino González Balcarce, para que continuara en el cargo como delegado del director titular hasta que éste arribara a Buenos Aires.
Efectuado el nombramiento de director supremo, quedaban por resolver tres puntos capitales: la declaración de la independencia, la forma de gobierno y la redacción de una constitución.
El 6 de julio fue recibido en sesión secreta Belgrano, que había regresado de su misión diplomática en Europa, y opinó que era necesario declarar lo antes posible nuestra independencia como paso obligado a establecer un gobierno que pusiera orden en el país.
También San Martín insistía desde Mendoza sobre esto, al escribir a Godoy Cruz: diputado por Mendoza; “Hasta cuando esperamos para declarar nuestra independencia”?. Es ridículo acuñar moneda, tener el pabellón, y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al soberano de quien se dice dependemos y permanecer a pupilo de los enemigos”.
El Congreso siguió las directivas de ambos y en la sesión del 9 de julio de 1816, presidida por Laprida entró en debate la declaración de la independencia. El secretario Paso preguntó a los diputados “si querían que las provincias de la Unión, fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli”. Primero por aclamación y después por el voto individual de cada diputado, la moción fue aprobada por unanimidad y recibida jubilosamente por la numerosa barra que asistió a la sesión.
El día 9 de Julio de 1816, se declaró solemnemente la independencia, dejándose para el día siguiente las fiestas celebratorias.
El Congreso dio sanción legal a la bandera, quedando aprobado por acuerdo uniforme el uso de la bandera azul y blanca (25 de julio de 1816); pero se le asignó el carácter de bandera menor, pues se esperaba la definición del Congreso acerca de la forma de gobierno a adoptarse para fijar conforme con ella los atributos correspondientes a la bandera mayor. Esta última llamada también bandera de guerra, se distingue de la bandera menor porque lleva un sol en el centro (aprobada en febrero de 1818).
Respecto a la forma de gobierno la mayoría del Congreso era de ideas monárquicas, y coincidía con Belgrano, que cuando fue recibido en sesión secreta propició esta forma de gobierno como el medio adecuado para unificar y pacificar al país, y también porque pensaba que era más probable que así reconocieran nuestra independencia las potencias europeas, pues en esos momentos la Santa Alianza se mostraba decidida a reimplantar los regímenes monárquicos y absolutistas. También en estas eran las convicciones de San Martín, porque consideraba que no estaban preparados para gobernarnos bajo el sistema republicano y que por el contrario, era necesario una mano fuerte para poner orden en el país.
Pero las opiniones estaban divididas en cuanto a la casa reinante, incluso una dinastía inca, mientras otros iban por la instalación de una monarquía constitucional, regida por el Príncipe de Luca o por un miembro de la casa de Braganza.
El tema no se siguió discutiendo por la gran necesidad de resolver los conflictos que amenazaban al país.
A fines de 1818 Pueyrredón pensó en dilatar la cuestión ante la inminente expedición que preparaba Fernando VII y encomendó a Rivadavia una misión a las cortes europeas y a l canónigo José Valentín Gómez para acordar la coronación de un príncipe que contara con el apoyo de Francia, previo consentimiento del Congreso, pero las negociaciones quedaron terminada cuando se produjo la caída del Directorio en 1820.
En cuanto al dictado de la Constitución la misma se sancionó el 20 de abril de 1819 y jurada el 25 de mayo. Inspirada en los proyectos constitucionales presentados en la Asamblea del año XIII, en el Estatuto Provisional de 1815, en el reglamento Provisional de 1817 y en las constituciones de Estado Unidos (1787), de Francia (1791) y de Cádiz (1812), era de carácter centralista y aunque no fijaba la forma de gobierno, se nota en ella una marcada tendencia monárquica. Establecía la división de poderes: el ejecutivo, desempeñado por un director que duraba 5 años y era elegido por las cámaras ; el legislativo integrado por la Cámara de Representantes , formada por un diputado cada 25.000 habitantes o fracción mayor a 16.000, con 4 años de duración, y el Senado, que tenía carácter especial, pues estaba formado por un senador por cada provincia, tres militares elegidos por el director, un obispo y tres eclesiásticos, un senador por cada Universidad y el director saliente; era un cuerpo de carácter aristocrático que nos hace pensar en un cuerpo legislativo pasible de ser transformado en el consejo de estado de una monarquía.
El poder judicial estaba integrado por siete jueces y dos fiscales, elegidos por el director con acuerdo del senado.
Esta constitución, que no se adaptaba a las necesidades y tendencias políticas del momento fue rechazada por las provincias, por su carácter centralista y monárquico.
Respecto al Directorio, Pueyrredón debió enfrentarlos conflictos internos y externos, se preocupó por propender al adelanto del país, que se encontraba aniquilado en su comercio, en su incipiente industria ganadera; despoblados los campos y aún las ciudades por las frecuentes levas ordenadas para la guerra por la libertad, o para el exterminio recíproco, en el encarnizamiento de las luchas internas ; el tesoro nacional se hallaba en la impotencia de proveer a las necesidades más urgentes.
Ganó tierra a los indios creando una nueva línea de frontera y autorizó a los hacendados a organizar y costear una fuerza veterana para defender las fronteras de sus ataques. Surgieron así las milicias de la campaña que Rosas tuvo bajo su mando.
En Buenos Aires los opositores al centralismo directorial formaron un partido de tendencia autonomista que propiciaba la caída del gobierno, acusándolo de ser monárquico y de haber auspiciado la invasión portuguesa a la Banda Oriental, Pueyrredón los desbarató , enviando a Soler al Ejército de los Andes ya Estados Unidos a Dorrego, Manuel Moreno, French y otros opositores.
Con respecto al litoral, Pueyrredón trató infructuosamente que lo reconocieran Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, que se mantuvieron fieles al artiguismo. En 1818 en Santa Fe surgió López como gobernador, en reemplazo de Mariano Vera, y en Entre Ríos, Ramírez, comandante militar de Concepción del Uruguay, se proclamó Supremo Entrerriano y declaró autónoma a la provincia; en Corrientes, en 1819 Andresito estableció un gobierno que respondió a Artigas.
El Congreso de Tucumán no resolvió nuestros problemas internos, porque su política fue considerada por las provincias como centralista y monárquica, y rechazada a tal extremo que terminaron por atacar a Buenos Aires y obtener la disolución de las autoridades nacionales. Además quedaba planteado un gravísimo problema en la Banda Oriental, donde la presencia de los portugueses ocasionará en última instancia la guerra con el Brasil y la pérdida total de ese territorio a pesar de la resistencia artiguista.
La situación con respecto a España era, en cambio, más felíz porque la exitosa campaña de San Martín a Chile y Perú afianzaba nuestra independencia.
LA PATRIA NO SE HIZO SOLA