Una maestra jubilada bahiense llamada Sonia Barrenechea Arriola, redactó una carta donde cuenta una experiencia personal relacionada a la problemática y agradeció a todos los involucrados.
«Una mañana llego a mi escuela de educación especial que funcionaba en una casa familiar adaptada a las circunstancias y me encuentro que sale un compañero mío de otra escuela de profesiones, lo saludo y me cuenta que vino a ver la caja de luz y que se encontró que eso estaba en serio riesgo, me dijo que ya le había dicho a la directora y lo informaría en su servicio, “pero viste como es esto, capaz no hacen nada, tengan cuidado” me terminó comentando. Le pregunté qué podía pasar y me dijo que podía explotar o podía incendiarse el edificio.
Entré, hablé con la directora y me dijo que ya había hecho infinitos reclamos y no le solucionaban nada, que obviamente volvería a reclamar junto con el informe técnico.
Por esos días venía a la ciudad el gobernador de nuestra provincia, yo fui al acto y lo esperé a la salida del evento y no me atendió pero vino alguien de protocolo y ceremonial y me dijo que él lo había mandado a atenderme. Le expliqué la situación y le entregué una carta con la solicitud firmada por mí con todos mis datos y mi total responsabilidad. Solo quedaba esperar que algo llegara para solucionar el tema.
Claro que llegó algo, a unos pocos días vuelvo a entrar a la escuela y la directora me llama para decirme que la inspectora le llamó la atención por lo que yo había hecho y me dieron un apercibimiento, a modo de “no sigas metiéndote”, por haber saltado la vía jerárquica.
Eso sucedió hace muchos años, me jubilé y no se había solucionado el tema, recién ahora y después de miles de peripecias la escuela funciona en un lugar un poco mejor aunque han tenido discriminación barrial por ser una “supuesta escuela para locos”, según su propia vecina.
Hoy estaba en el banco y escuché la noticia de que una directora y un portero murieron en una explosión de una garrafa, que se pudo prever, como siempre, como tantas veces.
Me entristecí, por los maestros, por los alumnos, y por toda una sociedad ciega que sigue criticando la labor docente por unos pocos que hacen mal las cosas como en todas las profesiones. No es necesario cruzar un río, ir a caballo, o patinar en la nieve para ser un maestro de riesgo, tantas veces la periferia nos lleva al abandono, la desidia y el riesgo total en diversas situaciones cotidianas nunca atendidas.
Gracias maestros de mi vida por haber estado, por haber enfrentado las circunstancias y siempre esperarnos dispuestos a nuestro constante y avasallante deseo de superarnos, gracias a mis alumnos por haber podido, a pesar de todo, superarse».