Uh, este otra vez
Un sitio donde podés encontrar cosas para leer que pueden resultarte, en un principio, intrascendentes, pero en un segundo momento, también.
La cancha es donde queramos jugar
El domingo sentí que algo se insertaba en mí. Fue como un rayo. Nunca me había pasado de percibirlo tan claramente. Fue tan nítido. Estaba sentado en casa releyendo La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han. Un breve libro que caracteriza a la sociedad capitalista actual como un escenario donde nosotros tenemos que lograr el máximo rendimiento, ser productivos hasta en los momentos de ocio, y todo esto motorizado por nuestra propia subjetividad, sin coacción externa aparente o explícita. Seríamos nuestros propios explotadores. Eso lleva a un sobreagotamiento del sujeto, una saturación, que se expresa en diversas cuestiones de salud mental. Terminé esa lectura y percibí que comenzaba una pelea dura. La gripe y yo. Me le quise hacer el vivo a principio de semana y me embocó un corto a la mandíbula. A la lona. Recordé aquello del respeto a ciertas cosas y reconsideré la estrategia. Fui al médico y me mandó al sobre. Aislamiento y reposo. Todavía sigo en el baile pero pude modificar la tendencia, con lo mejor que tenía para ofrecer: nada. No hice nada. Solo me quede en la cama, en reposo, sintiendo cómo mis huesos y músculos peleaban con eso, retorciéndome por momentos, experimentando cambios abruptos de temperatura, moviendo levemente los dedos de los pies, percibiendo las sábanas. Ya casi la tengo. Estoy en el alargue, aguantando los trapos, y el objetivo es ir a los penales donde clavado que le gano.
Los mejores deportes
Los deportes que habilitan el empate son mejores, al menos en un aspecto: amplían las posibilidades de resolución. Disminuyen las probabilidades de ganar: ⅔ o 66,66% de no ganar. Solo ⅓ o 33.33 son las de ganar. Esto deriva en un aprendizaje: es más probable no ganar que hacerlo. Frase hecha, hay que saber perder. Pero me quedo con otra cosa del jugo de esas posibilidades: como jugador, necesariamente hay que asumir y saber ir perdiendo o no ir ganando. Tomarlo como una posibilidad entre tantas, cultivar la templanza, para darlo vuelta y ganar.
Los mejores juegos
Escena de un fin de semana: juego de fútbol con el hijo de una pareja amiga en la previa de un cumpleaños en un salón de fiestas. Algunos ordenan las cosas. Yo no puedo, tengo que jugar. Arco simulado con dos sillas como palos y una raya horizontal en la pared como travesaño. Él ataja y yo le pateo. Vuela de un lado al otro. Se revuelca en el piso. Se cantan goles, se festejan atajadas. El piso lustrándose con la ropa. En una atajada, sale del entorno del arco y termina cerca de un rincón donde habían llevado juguetes y juegos para que los muchachitos se entretengan. Agarra un balero y me dice:
– Este me lo regalaron ustedes hace tres años. Lo pudimos embocar tres veces hasta ahora.
Intuí, en un primer momento, un reclamo, una queja por el regalo y su dificultad.
– Un perno el regalo. Muy difícil – dije.
– Sí, es difícil, pero lo seguimos jugando.
La cancha es donde queramos jugar
Hay que marcar la cancha, decimos. Hay que marcarle la cancha, poner límites, esto no puede pasar, nos reclamamos. Pero quizá, marcar la cancha sea convalidar el lugar de esa cancha, su nivelación, el juego que nos proponen y los jugadores y los dueños de la pelota. Marcamos la cancha y vemos el partido desde afuera. La ñata contra la línea.
En vez marcarles la suya, al lado de esa, pintemos una nueva cancha, una linda, la nuestra, con nuestros materiales y herramientas, con nuestras manos, inventemos el juego, hagamos pelotas entre todos, invitemos a quienes gusten y juguemos, divertidos y serios, a la vez.