Late en mí una tristeza infinita mezclada con una bronca incontenible y no sé cómo conciliar esos dos sentimientos. Anoche, no sólo llovía, el cielo lloró a cántaros su dolor viendo a la policía mancillar los guardapolvos blancos con palos, gas pimienta, detención, represión pura y dura.
Hace treinta y cuatro años, capeando las tormentas, desenterrando la historia de entre los escombros de la sinrazón que nos arrebatara el último sueño posible…, fuimos otra vez ciudadanos y, otra vez, con nuestra sabiduría de sobrevivientes empezamos a transitar el largo camino hacia la libertad con la tenacidad, la obstinación, el coraje de este pueblo tan castigado, tan vilipendiado, tan expoliado, tan sacrificado desde el principio de los tiempos.
¡Treinta y cuatro años desde que nos reencontramos con la palabra, desde esos días en que queríamos decirlo todo, lo que habíamos callado, lo que habíamos soñado, lo que habíamos sentido y ocultado!. Llamamos hijos del pueblo a los chicos de la calle y trabajamos a destajo en las escuelas de las barriadas miserables para devolverle a sus niños los números y las letras que la dictadura les había negado con intención perversa. Nosotros habíamos vencido, ¡NUNCA MÁS! dijimos con el ánimo desbordado de entusiasmo por la fuerza para construir hilada sobre hilada la democracia que nos ganamos.
Nada sabíamos entonces de los tiempos por venir, nada sabíamos de lo difícil que se nos haría desanudar el tejido de nuestras contradicciones más profundas que sólo derrotaríamos con la prepotencia de nuestro terco optimismo. Tuvimos que marchar a lo largo de más de tres décadas para saberlo, para que ejercitemos nuestro derecho de expresarnos en libertad, para ser escuchados, para pensar, decir y que se entienda nuestro mensaje, para hacer lo necesario para que las palabras recuperen su ética, para ver como se hace una historia con la rutina de la gente.
Y lo estábamos logrando, estábamos empezando a ser uno con el otro y con todos para recuperar los horizontes que habíamos perdido en el transcurrir de sinsabores interminables. Mucho caminamos mirándonos de frente, restañando heridas, comprendiendo, aceptando, incluyendo, hasta que una vez más el sol que había descorrido las sombras de la noche larga, volvió a opacarse y el miedo que creímos derrotado, otra vez nos lastima la piel.
No importa cuánto preguntemos por qué los renuevos solapados regresaron al galope para aplastar la voluntad de todos y desecharlos, también a quién los revivió con su voto; no importa cuánto clamemos al cielo por el hambre que se sacia en los tachos de basura; no importa cuánto horror no provoque la humillación con que se somete al trabajador; no importa cuánto repudiemos los golpes, los gases, las balas; no importa cuánto gritemos que este modelo macabro no cierra si no es con represión, que la represión aumenta cuando encuentra resistencia en una sociedad que se quiere organizada y que la represión tiene como consecuencia inmediata la detención y hasta la cárcel. Ojalá, que Dios no lo permita otra vez, no sea también la muerte.
Porque soy maestra siento impotencia y dolor. Los guardapolvos blancos han sido mancillados buscando derrotarlos porque si lo logran, habrán derrotado a todos los trabajadores de la patria
NORMA BLANCA FERNANDEZ
DOCENTE – VECINA DE SIERRA DE LA VENTANA