Por Dr. Osvaldo Teglia, profesor adjunto a cargo de Enfermedades Infecciosas de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.
El ciclo de la infección COVID 19 comienza cuando una persona infectada expulsa gotas cargadas de virus y otra persona las inhala, y el nuevo coronavirus ingresa por la nariz y la garganta. La primera «bienvenida en su nuevo hogar» es el revestimiento epitelial de la nariz. Las células de este son ricas en un receptor de su superficie llamado enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2); famoso en estos días por representar el enclave del virus en las células de nuestro organismo. La presencia del ACE2, que normalmente ayuda a regular la presión arterial, marca a los tejidos como vulnerables a la infección debido a que el virus requiere del receptor para ingresar a la célula.
Una vez dentro de esta primera estación, el virus secuestra la maquinaria de la célula haciendo innumerables copias de sí mismo e invadiendo nuevas células.
Si durante esta fase inicial el sistema inmunitario contrarresta el SARS-CoV-2, el paciente podrá comportarse como un portador asintomático (es decir alguien portando el virus con ausencia de síntomas), en tanto que si el sistema inmune es quebrantado la persona enfermará.
Si bien se sabe que en la actual pandemia el 80% de las personas que se enferman presentarán síntomas leves (como fiebre, tos seca, dolor de garganta, pérdida de olfato y sabor, o dolores de cabeza y en el cuerpo), el porcentaje de aquellas que se comportan como portadoras asintomáticas permanece aun como un enigma.
No obstante existe consenso de la existencia de una transmisión significativa desde individuos que no muestran síntomas y son portadoras del virus. Entonces, ¿cuántas son las personas infectadas con el nuevo coronavirus que no presentarán nunca ningún síntoma ni se enferman? Hasta ahora, y dado que las personas asintomáticas no son sometidas a pruebas de rutina, ha sido difícil dar respuesta definitiva y la proporción de infecciones verdaderamente asintomáticas no está clara.
Se debe diferenciar un verdadero portador asintomático de las personas que estando asintomáticas en la fecha de su diagnóstico desarrollarán síntomas más tarde, a ellos se los denomina pre-sintomáticos y trasmiten el virus desde 48 hs. previas al desarrollo de los síntomas, podemos inferir que todos los que desarrollan enfermedad en algún momento fueron pre-sintomáticos con posibilidades de contagiar. Esta transmisión pre sintomática probablemente sea muy común y haya colaborado enormemente en la diseminación del virus. La eliminación del virus desde 48 hs. antes de que aparezcan los síntomas ayuda a explicar la rapidez con la que el SARS CoV 2 se propagó por todo el mundo.
Un aspecto especialmente preocupante de la transmisión pre sintomática es que las personas parecen arrojar más coronavirus en las primeras etapas de su infección y serían más contagiosas cuando los síntomas comienzan a aparecer.
La utilización de máscaras faciales por parte de la población sana mientras se encuentra en lugares públicos -recientemente impuesta en nuestro país- podría ayudar a reducir la transmisión desde asintomáticos y pre-sintomáticos. Dado los indicios de transmisión de infección de una persona asintomática, la protección facial protege principalmente a los demás de los gérmenes del usuario ya que este se encuentra en buen estado de salud y no está tosiendo, ni estornudando.
Un puñado de estudios sugieren que la transmisión pre-sintomática y asintomática no es inusual. Estos hallazgos podrían tener implicancias en direccionar algunas medidas en el control de la pandemia, ya que en muchos países la identificación de COVID 19 se basa en la evaluación de pacientes que tengan signos y síntomas de enfermedad, para aislarlos y brindarles la atención médica adecuada; cortando así la cadena de transmisión en la comunidad. Parecería existir un beneficio en evaluar a los pacientes asintomáticos en determinados circunstancias, sin embargo, en el contexto de optimización de recursos para el cuidado de la salud de la población, la evaluación de personas sintomáticas debe siempre tener prioridad sobre la evaluación de pacientes asintomáticos.