(Por Natalia Concina) A once años de la muerte de José Carlos «Kily» Rivero, el niño correntino que falleció por una falla hepática fulminante por intoxicación cuando tenía cuatro años, su familia espera el juicio que comenzará el 1 de junio contra el dueño de la tomatera lindante con su casa en el paraje de Puerto Viejo, a quien se lo acusa de homicidio culposo por ser el responsable de las fumigaciones.
El 12 de mayo de 2012 Kily Rivero murió en el Hospital Garrahan de la ciudad de Buenos Aires por una falla hepática fulminante, según consta en su acta de defunción; y en la autopsia se indicó que la «necrosis del hígado es de origen citotóxico», es decir, producto de una reacción tóxica.
Había llegado allí el 5 de mayo, trasladado desde el Hospital Juan Pablo II de la ciudad de Corrientes, donde había ingresado derivado de un centro de salud de la localidad de Goya por un cuadro vómitos, dolor abdominal, fotofobia, decaimiento general, y un laboratorio que daba compatible con una insuficiencia hepática.
La vivienda familiar estaba ubicada en el paraje de Puerto Viejo, localizado a unos 15 kilómetros de Goya.
Durante su paso por el Hospital Juan Pablo II se envió una muestra de orina a la división química legal de la policía en la que se confirmó que tenía en su organismo organofosforado, de la familia de agroquímicos que se utilizan para el control de plagas e insectos.
«Unas semanas antes de que Kily empiece con síntomas se nos habían muerto las gallinas, los chanchos y los perros. Vivíamos en el Paraje Puerto Viejo, en Lavalle; nos habían prestado una casa que estaba pegada a un campo que tenía plantación de tomates», contó a Télam Eugenia Sánchez, mamá de Kily.
«Los vecinos nos habían contado que las personas que vivían antes se habían ido porque tenían muchos problemas de salud, y cuando se nos empezaron a morir los animales nos fuimos, pero Kily empezó ahí nomás a sentirse mal», recordó la mujer.
Mientras ella acompañaba el peregrinar de su hijo por los diferentes centros de salud, el papá de Kily, José David Rivero, contaba en el pueblo lo que estaba pasando y, según relata, recibía presiones para silenciarlo.
Kily era el apodo que José Carlos se había inventado porque su hermano menor Francisco, que por entonces tenía un año y ocho meses, le decía «ily». «Un día cuando su hermana Antonella le enseñaba a escribir su nombre él dijo que se llamaba ‘Kily’ y ahí le quedó», contó Eugenia.
«Fue muy duro, Kily era mi compañero. A mis hijos más chicos les decía que Kily se había ido a pasear, además de Francisco está Agustín Tiziano, que era más grande, y Anto que era la mayor; ella pasaba mucho tiempo con Kily y fue la que le enseñó a escribir ese nombre; ella sufrió mucho también», contó Eugenia.
Tras la muerte del niño, que el 4 de abril de ese año había cumplido 4 años, fue muy difícil conseguir trabajo para su padre. Con mucho esfuerzo retomaron un vivero de plantas ornamentales, que sostienen hasta hoy complementándolo con changas.
«Empezamos a recibir en la casa a otros niños para dar apoyo escolar; eso nos hizo sentir mejor; llegaron a venir hasta 150 chicos, la casa se llenó de vida de nuevo y eso nos permitió seguir adelante; también empezamos a hablar con las familias, a contarles lo que pasó; no es fácil acá, todo el mundo trabaja para las tomateras entonces muchos tienen miedo de perder el trabajo y no denuncian», señaló la mujer.
En 2020, una semana después de cumplir 15 años, Antonella -hija mayor de Eugenia- se cayó y se le hizo un gran hematoma. «Ya venía con un problema en la rodilla pero nos asustamos, así que la llevé a la guardia; ahí le sacaron una placa y vieron que tenía algo algo muy oscuro dentro del hueso», relató.
«Nos trasladaron de nuevo al Juan Pablo II donde estuvimos un mes más o menos y le hicieron una biopsia que dio que era un osteosarcoma, o sea, un cáncer de hueso», detalló.
Unas semanas después la trasladaron al Hospital Garrahan donde comenzó el tratamiento oncológico. «En septiembre me dicen que había hecho metástasis en el pulmón y a los pocos días de cumplir los 16 falleció», recordó Eugenia sobre esa segunda pérdida.
En Paraje Puerto Viejo, a pocos metros de donde tenía la casa la familia Rivero-Sánchez, un año antes de la muerte de Kily había fallecido otro niño, Nicolás Arévalo, producto de una intoxicación por agrotóxicos.
Por esa muerte se condenó a Ricardo Nicolás Prieto, dueño de una tomatera vecina, a tres años de prisión condicional por el delito de homicidio culposo y por lesiones culposas contra Celeste Estévez, prima de Nicolás, quien logró sobrevivir.
Por el fallecimiento de Kily la familia logró que la justicia impute a Oscar Antonio Candussi, dueño de la empresa tomatera lindante a la casa donde vivían, por el delito de homicidio culposo.
El juicio oral, que comenzará el 1 de junio, se llevará a cabo en el Tribunal Oral Penal de Goya integrado en este momento por Jorge Antonio Carbone (presidente), Ricardo Diego Carbajal y Darío Alejandro Ortiz.
Durante el debate oral, que tendrá en principio tres audiencias (1,6 y 8 de junio) se espera que testifiquen 15 personas, cinco de parte de la familia de Kily.
«La pena máxima es de 5 años de prisión con 10 de inhabilitación; una vez que se desarrolle el juicio definiremos qué es lo que pediremos como fiscalía», señaló a Télam el fiscal Guillermo Rubén Barry, quien fue también fiscal de instrucción y del juicio oral del caso de la muerte de Arévalo.
Para Eugenia, «el juicio llega muy tarde, me hubiera gustado que mi hijo a lo poco que falleció hubiera tenido justicia para descansar en paz; ojalá que ahora se haga justicia y pueda hacerlo».
Si bien la enfermedad y muerte de Antonella no puede vincularse en forma directa con las fumigaciones, la enfermera de cuidados paliativos del Garrahan, Mercedes Méndez, sostuvo en diálogo con Télam que «hay una infancia que está expuesta constantemente a los agrotóxicos, más allá de que algunos tengan intoxicaciones agudas como fue el caso de Nicolás, Celeste y Kily en Lavalle».
«En el hospital los atendemos por los cuadros con los que llegan, y cuando uno les pregunta de dónde vienen, muchísimos se encuentran en zonas productivas; sin embargo, no hay un registro de esto en forma clara en la historia clínica del paciente, y tampoco se pesquisan los químicos», señaló.
La relación entre la presencia de zonas agroproductivas y mayor prevalencia de enfermedades como malformaciones congénitas, abortos espontáneos y cáncer, entre otras, está presente en cada vez más estudios científicos.
Una de las más recientes es la de investigadores del Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad Nacional de Rosario (Inssa-UNR) quienes a partir de entrevistas a más de 25 mil personas de ocho localidades de Santa Fe confirmaron que la mortalidad por cáncer de la población joven en zonas donde se utilizan agrotóxicos es 2,5 veces mayor que en el resto del país.(Télam)