La sumersión de un hidroavión de Aerolíneas Argentinas al Río de La Plata el 31 de diciembre de 1957 en el antiguo hidropuerto de la Ciudad de Buenos Aires, que provocó la muerte de nueve personas y activó un rescate que logró salvar a más de treinta, derivó en la desactivación de las «pistas de agua» que funcionaban para el transporte aéreo regular de pasajeros.
(Télam) – La aeronave había despegado a las 11.52 en un vuelo internacional programado a Asunción, con escalas previstas en las ciudades argentinas de Rosario, Corrientes y Formosa, detalló el informe final del accidente que produjo la Junta de Investigación de Accidentes de Aviación Civil (Jiacc).
Minutos después del mediodía, el comandante del hidroavión «Brasil» matrícula LV-AAR y modelo Sandringham, Miguel Albero, que llevaba 44 pasajeros y una tripulación de seis personas, resolvió regresar por problemas técnicos, pero la zona de acuatizaje había sido ya ocupada por un barco en tránsito.
Luego de 30 minutos de sobrevuelo aguardando el despeje se resolvió «acuatizar» en otro sector del río donde las aguas estaban más «picadas», algo que «aparentemente» provocó que el LV-AAR rebotara varias veces en el agua, perdiera un flotador y uno de sus motores, para luego caer de trompa y «hundirse parcialmente», según el especialista en aviación Marcelo Miranda.
Miranda publicó en noviembre de 1988 una serie de artículos en la Revista Aerodeportes en base a crónicas de la época en que ocurrió el incidente, a los que pudo acceder Télam a través de la Dirección de Estudios históricos de la Fuerza Aérea Argentina (FAA).
Solo quedaron fuera del agua el empenaje -la parte de la cola del avión- y la superficie superior de las alas, donde encaramó parte del pasaje para aguardar el rescate.
Minutos después llegó al lugar otro avión junto con dos lanchas pero «ya habían fallecido nueve de los ocupantes», indican las crónicas.
El rescate tuvo una extensa cobertura en los diarios La Prensa, La Nación, El Mundo, Clarín, La Razón y Crítica, entre otros.
«Son nueve los muertos a raíz del Accidente Aéreo de Puerto Nuevo» tituló Crítica el 2 de enero de 1958 en una nota que confirmó «varios heridos» y contó que algunos pasajeros que viajaban en la parte inferior de la aeronave y no tuvieron tiempo para quitarse los cinturones «murieron ahogados» mientras otros lograron salir por las ventanillas y arrojarse al río para llegar a la costa «a nado o siendo recogidos por las embarcaciones que acudieron de inmediato».
El diario Noticias Gráficas resaltó el testimonio de Aníbal Leiva, un joven rosarino que dio detalles del accidente y dijo que los salvavidas «resultaron inútiles, el mío carecía hasta de inflador», al tiempo que otro pasajero, Tomás Eduardo Castillo Odena, un joven correntino de 23 años, contó que «se salvó a nado».
«El primer topetazo al descender hizo saltar el agua sobre nuestras cabezas. Yo desprendí el cinturón de seguridad recién cuando la máquina se detuvo y una masa de agua irrumpió en su interior. De un puñetazo destrocé la ventanilla que saltó hecha astillas y me arrojé; me mantuve en las inmediaciones mientras el aparato se hundía y fui uno de los primeros en ser auxiliado por la lancha de Aerolíneas», dijo entonces Odena.
«Creo que la pericia del piloto, en una arriesgadísima maniobra evitó muchas víctimas», concluyó el joven.
EL LV-AAR fue posteriormente remolcado hasta la costa y a las 20 intentaron extraerlo del agua con una grúa, pero el cable se cortó y el hidroavión cayó nuevamente al río.
Al día siguiente se reiniciaron las operaciones de recuperación y luego de otro intento fallido se consiguió sacarlo del agua.
La aeronave resultó destruida en un 70%, describió la JIAAC en su informe, que concluyó que el piloto al mando «debió adoptar previamente al amaraje las medidas de emergencia que están establecidas en el Manuel de Operaciones» y «exigir que el canal fuera liberado para efectuar el amaraje dentro de la zona protegida».
En el documento, señalaron además que la actuación de la tripulación «no fue eficiente desde el momento que se careció de una dirección y de la ejecución de medidas elementales, como la expulsión de botes salvavidas, apertura de salidas de emergencia y requerir ayuda de la Torre de control al no notar la gravedad del accidente».
La operación de hidroaviones en servicios aerocomerciales se remontaba en la Argentina al 20 de noviembre de 1922, cuando la Compañía Río Platense de Aviación inició vuelos con aviones «anfibios» en la ruta Buenos Aires (Dársena Norte) – Montevideo (Muelle Maciel).
Los hidroaviones para vuelos comerciales quedaron fuera de servicio en el año 1962, según La Nación.