La mayoría de las vías por donde las cosechas salen de los campos están hundidas y degradadas, y se inundan con facilidad. La Asociación Argentina de Caminos Rurales Sustentables creó una forma de mantenerlas sin remover la tierra: dejan crecer el pasto y la vegetación natural en las veredas, adonde ―dicen los ingenieros que la integran― no debe llegar la fumigación. Este manejo se implementó en veinte comunas santafesinas con buenos resultados: “asfalto verde”, biorrefugios a la vera de los caminos y costos de mantenimiento mucho más bajos.
Por Jorgelina Hiba
Tan invisibilizados como estratégicos, los caminos rurales en la Argentina conforman una vastísima red vial con una extensión total de medio millón de kilómetros repartidos, sobre todo, en las provincias agropecuarias. A pesar de su papel clave como vía de salida de las cosechas de maíz, soja y trigo, que representan buena parte del ingreso de divisas al país, en casi todos los casos están en mal estado y cuando llueve se inundan con tanta facilidad que se convierten en canales,ya que están muy erosionados y hundidos varios centímetros, o hasta metros, respecto a los campos linderos. ¿Por qué pasa esto? Según un grupo de ingenieros agrónomos y viales, la forma convencional de mantenerlos que se usó durante los últimos sesenta años no solo no los mejoró, sino que los fue empeorando, y esto tuvo efectos negativos para la producción, para la seguridad vial y para el ambiente.
Daniel Costa es uno de esos ingenieros agrónomos. Le puso vida y alma a una idea de gestión sustentable de los caminos rurales que decantó de una de las principales funciones de la agronomía: observar. “Por mi formación, yo veo los caminos rurales como una franja más de recursos naturales, que en vez de usarse para la producción, como los campos, se destina para el traslado. Porque lo que tenemos son calzadas naturales y eso significa que manejamos suelo que está muy expuesto”, detalla.
Fue así que saltó a la vista entrenada de Costa una primera y gran incongruencia: el deterioro constante de los caminos rurales en la Argentina.. “El nivel de rasante de los caminos está más bajo que el de los campos, por lo que no los estamos manteniendo, los estamos hundiendo, perdiendo capital y activo suelo año tras año”, dice.
Con la idea de avanzar hacia un sistema sustentable de gestión de los caminos rurales se creó la Asociación Argentina de Caminos Rurales Sustentables (AACRUS), desde la que un grupo de profesionales proponen otra forma de manejo que deja de lado la remoción frecuente de tierra para “emparejar”, que es lo que se hizo hasta ahora, para entrar a un nuevo paradigma de conservación y mantenimiento en el que prevalece el pasto en banquinas y cunetas, la compactación de la calzada y la generación de corredores verdes aledaños que sirven como refugio de biodiversidad y espacios de retención de agua.
Décadas de erosión
La forma de mantener (o de no mantener) la red de caminos rurales genera serios problemas de erosión en una superficie muy amplia del territorio argentino, más que nada en las provincias del núcleo agrícola tradicional: Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos. Desde la AACRUS calcularon que si se considera un ancho promedio estimado de 15 metros de la zona de caminos (entre alambrado y alambrado) la superficie total que ocupan en todo el país es de unas 750 mil hectáreas, unas 38 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires.
Costa y Carlos Casali, ingeniero vial con larga experiencia en la gestión en la provincia de Santa Fe, explican que el sistema convencional de manejo de los caminos rurales está basado en la remoción frecuente y masiva de tierra y en la ausencia de cobertura vegetal. Esto provoca una erosión constante e interminable que deprime cada vez más los caminos y genera un gasto infinito, ya que los trabajos de mantenimiento se vuelven cada vez más frecuentes.
En los últimos sesenta años, el método fue siempre el mismo: remoción de suelos y borrado de huellas. Si bien cuando se trazaron los caminos las calzadas estaban al mismo nivel que los campos, hoy están deprimidos, en algunos casos hasta uno o dos metros. Sobre ese panorama de suelos desnudos y removidos actúan la erosión hídrica y la eólica, que literalmente se comen la tierra.
Gestión del agua
El planeta atraviesa una crisis climática originada en buena parte en las actividades productivas y en las formas de consumo humanas. Una de las características del calentamiento global es que la variabilidad climática es cada vez mayor, lo que a su vez incide en la ocurrencia cada vez más frecuente de eventos extremos como sequías o inundaciones.
A su vez, el modelo agroindustrial argentino homogeneizó el paisaje rural y transformó el uso de los suelos, que perdieron biodiversidad y capacidad de infiltración y retención de agua al ser destinados a pocos cultivos como soja, maíz y trigo. Según el trabajo Ascenso de napas en la región pampeana: ¿Incremento de las precipitaciones o cambios en el uso de la tierra? hecho por expertos del INTA Marcos Juárez, mientras una hectárea de monte absorbe 2.000 milímetros de agua por año; una de alfalfa consume 1.800; una de soja o maíz, 450 y una de trigo o soja, unos 900 milímetros anuales.
Esto que pasa en el campo repercute más allá del alambrado: “El área de caminos recibe más agua por el menor consumo, capacidad de infiltración y retención del área productiva con predominancia de cultivos anuales”, explican desde la AACRUS. Este exceso de agua llega a caminos ya hundidos y con suelos expuestos: “La lluvia, el viento y los excedentes hídricos son factores agravantes, pero no son causales de la depresión de los caminos, que son suelos desnudos, en pendiente y sin cobertura. Es claro el contraste con los caminos no movidos que están a las entradas de los campos, que no están deprimidos porque nadie los mantiene removiéndolos”, detalla Costa.
Hacia un nuevo paradigma verde
Como muchas innovaciones, el manejo sustentable de caminos rurales se apoya mucho más en una forma de ver las cosas que en grandes y complejos desarrollos teóricos. Esta forma de gestión se basa, de hecho, en pocos principios simples y económicos: el empastado de banquinas y cunetas, la creación de biorrefugios, la no remoción del suelo en la zona central del camino y la incorporación de la cortadora de pasto como herramienta clave en los corralones de mantenimiento vial de pueblos y comunas.
Se trata de pensar el tema de otra manera: no ya desde la exigencia de más y más recursos para seguir haciendo lo que no funciona, sino de avanzar hacia otra forma de manejo. Para eso hizo falta convencer a los que toman decisiones: los presidentes comunales o el personal encargado de los caminos rurales. Una veintena de localidades de la provincia de Santa Fe ya avanzaron, en distinto grado, en su aplicación.
Jorge Llombi es el secretario de Agricultura y el vicepresidente de la comuna de Arequito, una jurisdicción santafesina de 40 mil hectáreas y unos 7 mil habitantes, que tiene 450 kilómetros de caminos rurales, de los cuales el 35 % ya está siendo intervenido bajo este paradigma verde. “Nos dieron una charla en la comuna sobre esta propuesta de tener los caminos engramillados o pavimento verde. Costó un poco hacerles entender a los productores, pero hace dos años que venimos con esto y está dando resultados, ya se están empastando las rutas. El suelo se vuela menos, hay menos polvareda y se hunden menos las rutas”, dice Llombi y agrega que gracias a eso “hay que hacer menos arreglos y podemos ahorrar en combustibles”.
“Tocar lo menos posible los caminos rurales da resultado, vemos que así aguantan más sin romperse. Acá tenemos caminos que están un metro o un metro y medio más abajo del nivel del campo”, explica el funcionario, para agregar que con este sistema “la motoniveladora desaparece”. “Si hace un par de años pasábamos tres veces, ahora con una vez y darle apenas una raspadita se soluciona el problema”, resume. Esto se traduce en costos más bajos, ya que además de que se usa menos combustible también se compran menos repuestos.
El relato de Esteban Riquelme, el encargado de caminos de la comuna santafesina de Godoy (1.300 habitantes y 200 kilómetros de caminos rurales), es casi un calco del de Llombi. “Con este sistema se nota un cambio grande cuando llueve, porque ya no se corta el camino al tener la orilla empastada (con pasto)” dice. En Godoy ya están usando este método en el 50 % de su red vial.
“Con este manejo se hace una muy buena economía, porque una vez que está hecho el pequeño abovedado de la calzada solo usamos la desmalezadora, ya no andamos ni con el disco ni con la motoniveladora. A lo sumo se le agrega algún material si aparece alguna huellita, pero es mínimo. Es muy bueno desde lo económico”, resume Riquelme.
Asfalto verde
Con esta forma de manejo de la calzada natural ―de tierra―, las veredas, que es como se denomina al espacio que se despliega entre la cuneta y el alambrado, se convierten en corredores de biodiversidad, ya que ahí crece de forma espontánea una vegetación que, idealmente, no debe fumigarse con agroquímicos para limpiar el terreno: “Las veredas naturales son biorrefugios que consumen agua y fijan el suelo. No deben ser fumigadas de manera masiva e indiscriminada por los productores frentistas ni su suelo removido por los organismos encargados de los caminos”, señalan desde la Asociación.
Otro punto clave: que las cunetas tengan pasto, para así bajar la velocidad con la que corre el agua. La presencia de pasto o vegetación natural disminuye la erosión hídrica y genera una mejor capacidad de infiltración y retención de agua. Las banquinas también tienen que estar empastadas por los mismos motivos: la vegetación baja la velocidad del agua y escurre sin arrastre de suelos, lo que constituye la principal causa de que los caminos estén cada vez más deprimidos.
Para eso es importante no fumigar, o hacerlo de la manera más regulada posible, en la vereda, como hacen, por ejemplo, en la localidad de Godoy: “Acá mantenemos todo con la desmalezadora. No dejo fumigar en los bajos ni en los espacios linderos de la calle, porque cuando se fumiga, el suelo queda desnudo y, si llueve, el agua se lleva todo al camino” expone Riquelme.
Las calzadas, que son la parte central del camino, deben estar compactadas y estabilizadas, algo que se consigue cuando se deja de remover de forma frecuente la tierra.
El elefante en la sala
¿Por qué nadie se cuestionó nunca la forma de mantener los caminos, a pesar de su continuo y obvio deterioro? “Es difícil saber por qué nunca se puso en cuestión el manejo. Es algo basado en la costumbre, que se hace así porque siempre se hizo así. Nadie se hizo antes esa pregunta, nadie ve el elefante en la sala”, señala Costa. Esta costumbre de décadas tiene un ingrediente que agrava sus consecuencias: la importancia de esos caminos para sacar la producción agrícola.
Así lo explica Casali: “A pesar de que los caminos rurales conforman la red vial por donde se saca la producción argentina, no se había cuestionado la forma de mantenerlos. Es como si no hubiera alternativa. El mantenimiento es así. Y punto”.
Costa y Casali insisten con el “buen negocio” que significa un sistema de manejo sustentable: “Disminuyen notablemente los costos de mantenimiento en combustibles, lubricantes, repuestos y reparaciones de equipos”, dice el ingeniero vial. Para Costa, se trata de “racionalidad” para gestionar mejor un recurso escaso: “Gastamos millones de pesos para estar cada vez peor, gastamos para degradar. El manejo convencional no tiene prospectiva. El manejo sustentable optimiza, controla la erosión y el bioasfalto es baratísimo porque el pasto sale solo”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN